La ciudadanización de la política en América Latina se afianza cada día. La República Dominicana es arrastrada por esa ola que lleva consigo tanto ventajas como desventajas. Aparecen nuevas modalidades canalización de las aspiraciones y de las emociones electorales. Surgen así expresiones como el voto en blanco o el reclamo de inclusión de una casilla adicional en la boleta de votaciones que permita votar por ninguna de las opciones propuestas.
Recientemente un grupo de ciudadanos se presentó a la Junta Central Electoral exigiendo la inclusión de esa opción en la boleta 2010-2016. Activaron su derecho a ser escuchado, planteando su posición respecto a la participación electoral y la imposibilidad normativa de rechazar las candidaturas propuesta por los partidos políticos. No obstante, su propuesta fue rechazada por el Tribunal de Comicios, a pesar de que quienes la formulan son personas concientes de sus responsabilidades ciudadanas. Se alegó la inconveniencia de esta modalidad y es esta vez la negativa tiene sentido. Votar por ninguno no inclina la balanza hacia el fortalecimiento e institucionalización del sistema político y de la democracia electoralista que nos gastamos.
El reclamo tendría sentido si surtiera algún efecto en la conformación de los gobiernos pero este no es el caso. Tradicionalmente sectores políticamente formados, vinculados a las organizaciones de izquierdas se han abstenido o han votado en blanco en los procesos electorales. Esas expresiones no han modificado la conducta de los sectores conservadores y liberales que han controlado los espacios del poder político en el país.
Los votos de quienes se abstienen políticamente conciente han sido incluidos como nulos, por tanto da igual votar en blanco, por ninguno o anular el voto. Lo correcto y conveniente para la democracia sería promover la participación razonada, responsable y comprometida de la ciudadanía en la actividad política. Es de esa ciudadanía de donde se nutren los partidos y agrupaciones políticas, así como los dirigentes de todos los estamentos de la sociedad.
Reforzar y promover el civismo ciudadano para incidir en la cultura política permitiría elaborar propuestas electorales inclusivas, confiables y transparentes. Superar el acentuado analfabetismo político que padecemos sacaría a los delincuentes de la actividad política y permitiría la entrada al escenario de la gente que tiene vocación de servicio, legitimidad social y compromiso ético con su pueblo.
Acercarse a ese punto no se logra con la inclusión en la normativa de una opción para rechazar las ofertas propuestas, anulando el voto, absteniéndose o votando en blanco. Se logra con mayor participación, asumiendo la defensa y la presentación de opciones alternativas que respondan a las expectativas de la mayoría. Eso se entendía y hasta se justificaba en épocas de represión e intolerancia política pero no en los tiempos actuales.
La cuestión no es de rebeldía electoral sino de participación responsable y compromisos para mejorar la calidad de la política. Institucionalizar la democracia tiene un alto costo para la ciudadanía pero es necesario apoyarse en los mecanismos institucionales para canalizar las aspiraciones de los pueblos. La crisis de los sistemas políticos se explica, en cierto modo por el desinterés de los sectores sociopolíticos que se autodefinen como progresistas y su autoexclusión de las lides electorales.
El postulado linconiano de que la democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo tiene que expresarse en la práctica pero debe construirse desde posiciones constructivistas. Esas posiciones tienen que fundamentarse en un trabajo permanente que facilite el afianzamiento de la institucionalidad política, expresada en partidos y organizaciones políticas renovadas. Hay que hacer más funcional a la democracia y eso no se logra con simples formalismos normativos. Se construye con acciones crítico propositiva que impulsen la participación activa de la ciudadanía en la actividad política. Es necesario reforzar el liderazgo político social para avanzar hacia una democracia de y para la gente.
El reclamo de los derechos fundamentales de la ciudadanía se refuerza con el desarrollo de liderazgos que asuman la actividad política como un compromiso no como un negocio. Logran esta meta no es una tarea fácil pero el costo de no intentarlo sobrepasa cualquier expectativa. Hay que reasumir la fundamentación ética de la política, enamorarse de ella y establecer los mecanismo que permitan avanzar en la construcción de una sociedad justa y solidarias.
Los partidos y agrupaciones políticas siguen siendo el principal instrumento de la democracia. El sistmema político dominicano tiene que ciudanizarse e institucionalizarse. Si esto se agrega una ciudadanía políticamente alfabetizada, responsable, crítica y conciente, que produzca los liderazgos que se requieren para avanzar, tendríamos sin ninguna duda una democracia de calidad, inclusiva, solidaria y funcional. Las prácticas democráticas se afianzan cuando la gente se siente identificada en las opciones propuestas para representar a la sociedad en los espacios de poder.
Hoy la democracia se orienta hacia una mayor participación de la ciudadanía en la toma de decisiones. Los partidos y agrupaciones políticas tienen que compartir la gobernabilidad con las organizaciones sociales, los gremios y los distintos grupos de intereses. Un sistema político sin esos contrapesos está incompleto y no merecen llamarse democrático. Una democracia coja no avanza. El contrapeso ciudadano es clave para mejorar la calidad de las instituciones políticas. Los liderazgos tienen que enrumbarse por la senda del buen vivir.
En conclusión dejar abierta la opción de rechazar las propuestas electorales presentadas en los procesos comiciales sirven para expresar nuestro descontento pero incide muy poco en la calidad de la democracia. Quien no resta al contrario lo apoya indirectamente. Los esfuerzos deben dirigirse al fortalecimiento del sistema político y a la ampliación de las bases de la democracia, potenciando los mecanismos de participación directa, incluida la participación electoral. El referendo revocatorio puede ser una opción más realista.
A pesar de las debilidades e impedimentos la prudencia aconseja disfrutar del "derecho a elegir y ser elegido" para aumentar las posibilidades de institucionalización del sistema político, del Estado y del gobierno. En las reformas electorales pendientes se pueden incluir una variedad de opciones que permitan mejorar la calidad de la democracia y adecentar la actividad política en el país. Se deben eliminar las lacras que generan el desafectos evidentes y la falta de confianza que el actual modelo presenta. Cerrando las compuertas del clientelismo o cualquier otra práctica de corrupción y perversión política.
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