martes, 22 de noviembre de 2022

PROGRESISMO Y SOCIALISMO EN AMERICA LATINA.


“Somos objetivos, pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparcial, porque no se puede ser imparcial entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre el oprimido y el opresor”. Jorge Ricardo Masetti, periodista revolucionario argentino.

El mapa político de América está repartido entre progresistas, socialistas y derechistas, así se evidencia en los últimos procesos electorales donde la división político-electoral es clara. Los casos de Colombia y Brasil ayudan ilustrar esta tesis. Las derechas han perdido los ejecutivos, pero mantienen congresos, gobernaciones y municipios.

Con medios, poder, recursos, dinero, mañas y pocos escrúpulos, las derechas lucen envalentonadas y están retando a los gobiernos. Mientras progresistas y socialistas intentan gobernar son acosadas y asediados por las derechas, tanto en las calles como en medios de comunicación. Derrotados en las urnas, buscan compensar con protestas en las calles, evidenciando que cuando no ganan, arrebatan.

Aprovechando la polarización política, la resistencia de las élites a los cambios y acompañadas por agresivas campañas de manipulación, las derechas intentan imponer la anarquía en las calles para deslegitimar el accionar de gobiernos progresistas. Responsables del incremento de la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la discriminación buscan distraer para evitar que sus gestiones sean escrutadas.

Las fuerzas reaccionarias exigen a los gobiernos progresistas que resuelvan en meses los problemas que ellos generaron por décadas de gobiernos entreguistas, corruptos, represivos y clientelistas. Desde los congresos boicotean las iniciativas impulsadas por gobiernos progresistas. Se dedican a conspirar abierta y públicamente desde sus curules irrespetando la institucionalidad democrática.

Los casos de la República del Perú y la República Plurinacional de Bolivia son referentes de conspiración permanente, donde las derechas, utilizan su poder para descalificar las ejecutorias de los gobiernos. Cuestionan hasta el origen social o étnico de los gobernantes. Los pueblos son testigo de un accionar perverso y antidemocrático, pero aprovechando sus recursos, relaciones en poderes judiciales y legislativo accionan para incoar demandas a funcionarios progresistas, incluidos presidentes electos en procesos claramente democráticos, legítimos y legales.

Si las derechas no aceptan las reglas del juego democrático se abren brechas en los sistemas políticos que pueden empujar a los pueblos a la violencia. Recuérdese de que quienes se oponen a la revolución pacífica, hacen inevitable la revolución violenta. La paz social y la estabilidad política se fundamentan en el compromiso cívico, la participación, el autorreconocimiento, la tolerancia y el respeto mutuo.

 Ante ese escenario, las opciones de las fuerzas progresistas, socialistas y revolucionarias deben dirigirse a crear mecanismos y desarrollar alianzas para transformar el formalismo democrático electoralista a democracia funcional de base popular. Ciudadanizar la política y trabajar para superar el analfabetismo cívico y político que exhiben sectores populares y burgueses. Fortalecer las relaciones con oficiales progresistas y mandos medios de las fuerzas armadas como sostén del orden y la defensa de la soberanía.

Conocer y cuidarse de los sectores que se alían buscando protección ante la inminencia de una derrota electoral, porque "el lobo pierde el pelo, pero nunca las mañas". Reforzar las alianzas estratégicas con los sectores populares y sacar auditorías que evidencien los desmanes cometidos por quienes le precedieron es una cuestión vital para los gobiernos progresistas.

No se puede propiciar el “borrón y cuenta nueva”, aunque cueste y tome tiempo. Hasta ahora, los gobernantes de derecha salen de los gobiernos cuestionados, pero no procesados por la justicia. Es un error que deben superar los gobiernos progresistas. La impunidad no puede servir a desfalcadores, represivos, corruptos y entreguistas como escudo, la ley debe primar por encima de los prejuicios ideológicos.

Recolectar evidencias para procesar y condenar a quienes gestionan el erario al margen de la normativa y pervirtiendo procesos y manipulando procedimientos para robar o malversar recursos públicos es tarea de contralorías y fiscalías. El control legal, político y social debe servir para contrarrestar e impedir el saqueo de dineros y recursos públicos. Ardua e impostergable tarea que debe asumir cualquier gobierno que se autodefina de progresista.

Rendir cuentas de sus actos y ejecutorias. Articular alianzas políticas y sociales productivas, sostenibles y pluralistas son tareas urgentes e imprescindibles. Urge en caminar procesos de reformas de las estructuras institucionales, modernización de las administraciones y funciones públicas para avanzar hacia acciones más profundas orientadas a la transformación de las estructuras de poder y a la creación de mecanismos y procedimientos que faciliten la participación de la gente en los procesos de gestión.

Los gobiernos progresistas, socialistas y revolucionarios están compelidos a dar respuestas a las necesidades más urgentes y generar confianza en las instituciones públicas, pero los altos niveles de endeudamientos, las privatizaciones de empresas y servicios públicos realizadas por sus antecesores impiden avanzar con la celeridad requerida. Realizar diagnósticos, auditorías e investigaciones sobre lo que reciben es cuestión de alta prioridad. Hay que informar a la población para que conozca el accionar de las derechas en el gobierno.

Todo por y con el pueblo, sin el pueblo nada. Así funcionan las democracias, aunque sean formales y de baja intensidad. Aprender de los errores y socializar las buenas prácticas ayudan siempre. El Siglo XXI es el siglo de la izquierda progresista, socialista y revolucionaria, pero deben ir creando bases que sustenten su accionar en contextos cambiantes y coyunturas exigentes. Las experiencias y la memoria histórica son fuente de referencias para avanzar y corregir el rumbo.

América Latina está inmersa en una lucha política, ideológica y de clases que desafían las capacidades institucionales heredades del neoliberalismo. Superarlas y “dar el gran salto adelante”, implica fortalecer la institucionalidad política y las organizaciones sociales. Los altos niveles de pobreza y desigualdad perturban la gobernabilidad e imposibilitan la paz y la estabilidad social.

Las instituciones de fe han entrado con fuerza a la política y el progresismo debe reconquistar poder en ese ámbito. El arraigo del cristianismo y la diversificación observada en los últimos tiempos obliga a replantear las estrategias con respecto a esos grupos. Al margen de credos e ideologías, la gente tiene necesidades y urgencias. Corresponde a los liderazgos políticos canalizar demandas, buscar soluciones e impulsar el desarrollo de los territorios.

La gente no come discursos ni quiere propaganda; la gente quiere soluciones. No quiere justificaciones ni distracciones; quiere soluciones y los sistemas políticos deben dar respuestas a las crecientes demandas que reciben. Sabiendo que los recursos son escasos y las demandas son colosales se impone priorizar en políticas inclusivas que contribuyan a superar los rezagos del subdesarrollo.

Hacer frente a colosales catástrofes naturales, calentamiento global, creciente pobreza, el intervencionismo estadounidense y los perturbadores niveles de endeudamiento; así como la dependencia y la brecha tecnológica marcan las agendas del progresismo. A esto se suma los efectos de la guerra híbrida que impulsas sectores cavernarios, desafíos para preservar para los recursos naturales y recuperar la capacidad reguladora de los estados.

Importantizar la nacionalización y gestión apropiada de los recursos naturales para que los beneficios sirvan a los programas y proyectos de desarrollo colectivo es una puerta para entrar a las sendas del desarrollo. Auditar la deuda interna para aclarar cuánto y a quién le deben los Estados es clave. Gobernar y gestionar a ciegas es imposible en tiempos de la sociedad de la información y la comunicación, donde el dato juega un rol preponderante. Hay que generar datos e informaciones relevantes y saber gestionarlos para tomar decisiones bien fundamentadas. El dato es el mensaje.

Priorizar y democratizar la educación para hacer de ella un medio para transformar las sociedades potenciando las capacidades creativas de la gente es tarea indispensable. La educación libera cuando se orienta a privilegiar los valores cívicos y a fortalecer la autoestima de la gente. Motivadas, formadas y educadas las personas se empoderan de los procesos de transformación de las sociedades donde viven.

Como se ve, los gobiernos progresistas tienen grandes desafíos para profundizar la democracia latinoamericana e impregnar el sello de legitimidad que requieren. Potenciar la integración regional y gestar alianzas a nivel local darán ciertas ventajas. Convencer a la gente de que sus derechos se reflejan en los hechos y realizaciones. Transformar y ciudadanizar la política dará legitimidad, fuerzas, sostén y continuidad. ¡Avancemos!

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