La sociedad dominicana ha ido evolucionando y con
ella la forma de adquirir los productos que consumimos. De la pulpería,
ventorrillo o almacén hemos pasado a los colmados y colmadones con servicio a
domicilio. Ese servicio establecido por los dueños y administradores de
colmados en la capital que es realizado por jóvenes que generalmente provienen desde el interior del país, con bajos niveles educativos, con altos niveles de
pobreza en su entorno familiar y expoliados por el desempleo. Vienen buscando
una oportunidad para lograr sus sueños.
Es tal la vulnerabilidad de este importante sector
que trabajan sin poner ninguna condición. Las condiciones las fija el patrón,
muchas veces al margen de la normativa laboral. Realizan diversos trabajos
dentro y fuera de la “bodega” o colmado. Unos, los más hábiles e instruidos los
hacen “jefecitos” y los
incorporan a la gestión del negocio. Surten, acompañan en los inventarios,
hacen de cajeros y asignan tareas al resto del personal.
Los colmaderos y deliverys, son esos muchachos y
jóvenes que a cualquier hora están prestos a llevar un servicio a nuestros hogares.
Esos jóvenes y otros ya no solo dejan parte de su vida útil para engrosar las
arcas de los dueños sino también que exponen su vida constantemente. No faltan
quienes de a poco y aprovechando cualquier oportunidad se asocian con el dueño
o reciben alguna ayuda familiar y se hace dueños de sus propios negocios. Estos
son los menos, la regla es que terminen exprimidos y convertidos en bagazo.
Ellos están en todos los barrios y en todas las ciudades. Se le ve en su
motorcito surcando las calles, detrás de los mostradores o frente a las cajas
cobrando.
Dentro de este esquema: dueño, administrador,
dependiente y delivery se establece una línea jerárquica tácita, no escrita
pero que funciona. Es un sistema que hace caminar el negocio. Cada uno tiene
sus funciones y éstas marcan las escalas salariales y los beneficios que
reciben. En este ámbito los riesgos son permanentes y constantes. Se accidentan
mientras hacen servicios de deliverys, los atracan y muchas veces son acusados
de delitos que no cometen cuando no quieren pagarle sus prestaciones. Es todo
un drama humano el que hay detrás de estos humildes servidores.
Paco, un fornido banilejo de 27 años, empleado de
un colmado en el Distrito Nacional, quien lleva servicios a domicilio cuenta
que el realizar ese servicio, no lo exonera de las demás actividades dentro y
fuera del recinto comercial. Señala que los horarios sobrepasan la media noche
y que no recibe beneficios por trabajo realizado fuera de los horarios. Esa
información es confirmada por Julián, un ocoeño de 40 años que funge como administrador.
Este último dice que trabajando en colmado ha criado y educado a sus dos hijos
y envía unos chelitos mensuales a sus padres.
Ambos coinciden en señalar los riesgos a los que se
exponen tanto dentro como fuera del negocio, ya que son frecuentes los atracos
y asaltos. Esto los mantiene siempre a la expectativa pero dicen: “nosotros
no le paramos a eso, uno se acostumbra a bregar con el tigueraje; tenemos
familias a que mantener en nuestros pueblos.
Esas son las razones que nos obligan a dar la pelea en la capital, los
empleos en los pueblos son escasos, tú lo sabes”.
Paco y Julián como otros tantos, se dedicaban a la
agricultura en sus pueblos y practicaban beisbol y otros deportes, concluyeron
el bachillerato pero no tenían recursos para continuar sus estudios
universitarios y optaron por emplearse de colmaderos. Reflexionan y dicen que
hoy Paco, que es bueno en números, fuera ingeniero y Julián tal vez un
Administrador de Empresas, que era y es su pasión. Ninguno de los dos pierde
las esperanzas de lograr sus sueños pero reconocen que su trabajo limita sus
posibilidades.
Paco dejó a su mujer con un niño en casa de sus
padres, dice que así se ahorra el pago de alquileres, y de paso, beneficia a su
familia ya que son gente pobre. Es el mayor de 5 hermanos y es el único que
trabaja y lleva algo a la casa. Su padre Ramón, dejó el campo y ahora trabajo
de motoconcho en el pueblo y su madre Josefa se dedica a lavar y a planchar por
paga. Arturo el hermano que le sigue ya ha entrado a la universidad y depende
de su apoyo para estudiar. El resto sigue estudiando, como pueden, gracias a lo
que él envía mensualmente. Está feliz de poder contribuir para
que sus hermanos menores estudien y sigue dispuesto a trabajar para que logren
sus metas, “mi familia es pobre pero honrada y trabajadora”, dice.
La falta de orientación y disposición los mantiene
en una condición de semi-esclavitud donde no pueden estudiar para superar su
condición. Aparece uno que otro patrón que apoya a un joven inquieto,
permitiendo que se prepare en alguna área técnica o yendo a los centros de
enseñanzas formales. Este derecho humano convertido en privilegio de unos pocos
debiera ser la norma pero la carencia de contratos formales entre empleado y
empleador deja fuera cualquier reclamo.
Trabajar es un derecho fundamental que asiste a
todo ciudadano con capacidad para desempeñarlo. En República Dominicana, este
derecho está garantizado constitucionalmente y se rige por un conjunto de
normativas entre las que se destaca el Código Laboral y la Ley 87-01 que crea
el Sistema Dominicano de la Seguridad Social. Desde esa perspectiva, es
alentador mirar el asunto, la cuestión es cuando vamos a la práctica y nos
encontramos con las violaciones e incumplimiento de esas leyes y sus
complementos.
Como derecho y deber, el trabajo debe ser realizado
en ambiente lo más seguro posible y la paga debe ser proporcional al riesgo de
la actividad que se realiza. Es un abuso de quienes emplean a jóvenes en sus
negocios y no los proveen siquiera de un seguro de salud, además de que
violentan las leyes y las sanciones, cuando aparecen son muy tímidas. Eso tiene
que encontrar un espacio de reflexión entre los empleadores para que los
muchachos trabajen contentos y sus negocios prosperen.
Con frecuencia, estos muchachos pierden la vida en
el desempeño de sus funciones o quedan lisiados, cuando esto sucede, los gastos
y la carga es para su empobrecida
familia. Muertes por accidente, asaltos, atracos, incendios y otros accidentes
son frecuentes. También son víctimas de calumnias tanto por parte de clientes
como de sus patronos. Muchas veces estas acusaciones se usan como argumentos
para negarle sus prestaciones laborales.
Las familias deben preocuparse por saber dónde y en
qué condiciones trabajan sus miembros cuando salen de sus pueblos. Se sabe que
la desesperación por la falta de empleo los lleva aceptar la primera oferta que
reciben, generalmente de algún amigo que salió primero, y ya está “establecido”.
Otros entran a trabajar con familiares y allí la explotación es tan cruel como
en los casos de particulares. Duermen en los colmados haciendo de seguridad, lo
que implica un ahorro para el dueño.
Los colmaderos y deliverys tienen que ser tratados
con respeto, consideración y admiración no sólo por sus empleadores y
familiares sino también por las autoridades de los pueblos a los que
pertenecen. También las familias que reciben y se benefician de sus servicios
deben verlos como seres humanos que hacen de tripas corazón para ganarse
dignamente el sustento propio y el de sus familiares ¿Qué cuesta brindarle un
saludo, un cafecito o darle las gracias a quienes corren el riesgo por nosotros
en las calles para llevarnos los medicamentos, el pan, las provisiones y hasta
las bebidas?
La informalidad, la falta de supervisión oficial y
el desorden en las relaciones laborales no son exclusiva de este sector,
también las sufren quienes prestan sus servicio en bancas de apuestas, los empacadores de supermercados, guachimanes,
cobradores de guaguas, servicios domésticos y otros empleados, por tanto, es un
tema que requiere atención. Humanizar las condiciones de trabajo de cualquier obrero
engrandece al patrón y eleva la autoestima del empleado y el rendimiento es
mayor.
Recientemente, un colmado se incendió en la
madrugada y 3 empleados murieron. Según se comenta no pudieron salir y se
asfixiaron. Se dice que muchos dueños hacen que éstos cierren por fuera y a sus
empleados encerrados como cerdos. Al producirse cualquier emergencia no pueden
salir ¡Eso es inhumano, ilegal e indigno! Las autoridades deben investigar y
establecer responsabilidades para prevenir este tipo de hechos. Minimizar el
riesgo, cumplir la normativa y orientar a sus empleados es una responsabilidad
del empleador.
Si su empleado está sano, come bien y a tiempo; si duerme
cómodo y seguro estará en mejores condiciones de trabajar y producir. Prueben
señores empleadores y verán la diferencia en sus negocios. Hagan que sus
empleados se sientan orgullosos de ustedes, sean sus amigos; denle confianza, oportunidades
condiciones para desarrollar sus capacidades y verán que en vez de maldiciones,
malquerencias, rabietas y demandas cuando salen le agradecerán por haberle
empleado.
Ojala otras personas al igua que Fabian Diaz pudieran hacer documentales de temas como estos, aunque para muchas personas no es de importancia la verdad que muchas familias han sufrido la perdida de un ser querido y otras han tenido que cargar con un familiar incapacitado producto de este tipo de trabajo, y si ninguna ayuda u benefiocio de parte del propietario del negocio.
ResponderEliminarfelicidades Fabian por dedicar tu tiempo y empeno en este tema.