“El Siglo XXI estará dirigido por los hijos del Siglo XX y no se puede dirigir en el Siglo XXI con el mismo patrón del Siglo XX. Eso arruinaría las posibilidades de avanzar en la construcción de una sociedad política-económica-social y culturalmente superior. Una sociedad justa, progresista, pluralista y solidaria.” FDC.
El siglo XXI ya está en marcha, movido por la Nanotecnología, Biotecnología y la Física Cuántica. Las aspiraciones de los pueblos se ensanchan y los pechos de la juventud se hinchan con el afán de superación. Los logros científicos y las tendencias científicas plantean grandes desafíos a las presentes generaciones. Aplicar esos adelantos en el mundo político para construir una mejor sociedad se convierte en una primerísima necesidad.
Reconquistar políticamente la ciudadanía, poniendo especial atención en la juventud y la adolescencia ha sido siempre una de las aspiraciones de los pueblos. Elevar la cultura cívica, alfabetizar políticamente a la gente, fortalecer los principios y los valores éticos son tareas impostergables en la construcción de la ciudadanía del presente. Es sabido que nadie se le puede obligar que cumpla con lo que no le hemos enseñado.
Son los jóvenes quienes disponen de mayores potencialidades para aprovechar e incorporar favorablemente los adelantos científico-técnicos de la sociedad la información y del conocimiento que caracterizan el mundo moderno y postmoderno. Aprovechar esas ventajas implica un compromiso constante con la política y la cultura cívica. Se necesitan buenos dirigentes para avanzar en este complejo mundo. No se puede prescindir de las instituciones políticas, del Estado y del gobierno.
Una década ha transcurrido del presente siglo y los horizontes permanecen inciertos para quienes aspiran a construir una sociedad fundamentada en la justicia social. Aprovechando los adelantos teológicos y las fuerzas transformadoras de la juventud dominicana se pueden superar las brechas, que en materia de pobreza y exclusión agobian a la sociedad dominicana.
La alta meta soñada por millones de mujeres y hombres que desde muy desde la adolescencia han encarado con determinación colérica, las complejas adversidades del agreste entorno político-social-económico y cultural que les ha impuesto, donde ha sido siempre manipulada, ignorada y reprimida se han impuesto y sobresalen. Retan con inusitado coraje el pesimismo y las desesperanzas. Se lanzan con bizarro arrojo tras la conquista de sus sueños, regando muchas veces, con su propia sangre, el tortuoso camino hacia el éxito.
Las fuerzas juveniles y los que piensan como jóvenes saben y ha de venir de atrás con pasos firmes y decididos, perseverantes para sobreponerse a las lacras heredadas. Blandiendo con orgullosamente la divisa del honor y el decoro se impondrá a las dificultades presentes y a las amenazas futuras. Así trascurrió el siglo XX, lleno de enseñanzas, de sueños interrumpidos, de hazañas heroicas inconclusas, de utopías postergadas.
Como bien dejó establecido el destacado humanista ginebrino J. Jacobo Rousseau, en su inmortal obra del Contrato Social: “Renunciar a la libertad es renunciar a la calidad de hombre, a los derechos de la Humanidad, incluso a sus deberes. No hay recompensa posible para aquel que renuncia a todo. Tal renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre; y quitar toda la libertad a la voluntad es quitar toda la moralidad a las acciones”. Así es sin más. La lucha es el camino del progreso y la justicia social es la divisa que le guíe.
En necesario aclarar la negra nube de la desesperanza que arropa a la mente de la juventud en su búsqueda afanosa de referentes éticos que se correspondan con sus altas expectativas de progreso individual y justicia social. Se requiere de una clara visión estratégica, combinada con la eficiencia táctica de las acciones. Esa debiera ser la meta suprema de quienes aspiran a transformar la sociedad.
La experiencia muestra todo lo contrario, la vida juvenil se mueve como un barco a la deriva. Sin rumbo fijo y con el timón averiado. Los remos de la entereza y de la fuerza de voluntad no son suficientes para cubrir el vasto espacio entre el desarrollo individual y el estancamiento colectivo. Se requieren acciones contundentes que trancen las líneas que se enrumben por las sendas de la justicia, la equidad y la inclusión.
La sociedad dominicana reclama de sus hijos el sacrificio y la entrega para avanzar hacia un punto mínimamente decente en la escala de valores del buen vivir. El país reconoce la importancia y la vitalidad de los más jóvenes para acometer la utópica tarea de la transformación positiva. Se apuesta a ellos pero no se invierte adecuadamente en los sectores estratégicos.
¿Cómo lograr avances significativos o el progreso anhelado cuando no se piensa en las necesidades de los grupos que sirven de fundamentos y soporte en los procesos de cambio positivo? En la juventud, en los adolescentes y en la niñez reside el insumo de la transformación social. Obviarlos, excluirlos y marginarlos al momento de diseñar las estrategias políticas de desarrollo es someter al mundo a la dolorosa tortura del estancamiento. Construir con su fuerza indómita y tenacidad la sociedad revolucionaria y progresista del Siglo XXI.
Caminar sin caminos y hacer camino al andar, como dijo Antonio Machado. Esa ha sido la estrategia escogida por quienes prefieren morir de pie a vivir eternamente arrodillado ante la injusticia mundana que imponen los sectores de poder. Abonar esa semilla es el gran deber de los continuadores de las largas luchas inconclusas por la emancipación integral del pueblo dominicano.
Vilipendiado, pisoteado, oprimido y maltratado, el pueblo dominicano ha mantenido vivo el ideal de justicia social, paz y progreso. Los jóvenes han estado siempre presentes. La lucha no concluye, es continua y el cambio es constante. Dijo José Martí que mientras hay hombres sin decoro, hay otros que llevan es sí el decoro de muchos hombres. En esos hombres va la dignidad humana, va un pueblo entero.
No hay noche que no amanezca ni plazo que no se cumpla. Acompañado de merengue, bachata, bolero, o salsa caminan los dominicanos hacia la meta de la realización personal y colectiva que les permitan lograr sus sueños de libertad, justicia y equidad. Afinar la puntería y ampliar horizontes. Abrir brechas en la manigua social y cerrar filas con la inquieta juventud permitirá entrar con éxito a la historia.
Hasta hoy ha costado mucho pero ha llegado el momento de dar el paso. La sociedad dominicana se sacudirá cual volcán en erupción y hará saltar en mil pedazos la pérfida indiferencia, que acompaña el pesimismo enfermizo que caracteriza la convivencia de los dominicanos. Estos vicios impiden el desarrollo de la capacidad crítico-propositiva. Recordad a Betol Brech que hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores; pero los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Armados de ese instrumental teórico y motivado por sus altas aspiraciones los sectores juveniles lograrán afianzarse en una cultura política que sirva de soporte al hombre nuevo. Hay una realidad adversa que desafía las habilidades de mujeres y hombres que sólo será revertida favorablemente cuando entronicemos en la conciencia colectiva la cultura cívica que sirva barrera a la impunidad y como soporte a las relaciones entre gobernantes y gobernados.
Ya lo dijo el patricio Juan Pablo Duarte: "Mientras no se escarmienten a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones". Así de drástico habrá que ser a la hora de pedir cuentas a quienes han pervertido las prácticas políticas, y la sociedad, convirtiendo la ciencia del poder en un mercado de compra y venta. La juventud construye con sus actos la historia. Los ejemplos de heroicidad y osadía juvenil sobran.
Construir la sociedad del Siglo XXI requerirá esfuerzos titánicos para superar los dogmas pesimistas del siglo pasado que impidieron la coronación de los procesos de transformación social, iniciado por las masas juveniles. Construir una nueva sociedad es tarea de todos los sectores que conforman la sociedad pero la responsabilidad mayor es de la juventud.
De la inteligencia que demuestre para dirigirse depende el éxito de la sociedad. En la República Dominicana hay multiplicar el paso dado los evidentes retrasos en el desarrollo político que se observan en la juventud, así como el acentuado déficit de ciudadanía que padece el pueblo dominicano. No hay noche que no amanezca ni plazo que no se cumpla. La luz de la inteligencia y razón combinada con las energías juveniles hará saltar en mil pedazos estos sistemas injustos, excluyentes y corruptos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario