martes, 15 de noviembre de 2022

REFLEXIONES y LECCIONES DE LA COVID-19.

“La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (COVID-19) como pandemia el 11 de marzo de 2020”. ONU.

Haber padecido y sobrevivido a la pandemia, obliga a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la incapacidad de la humanidad para enfrentarse a pandemias como la que produjo el SARS-Cov-2. Bautizada como COVID-19, la pandemia se extiende impacta la salud y todas las actividades humanas. Los costos colectivos e individuales son insumos claves para reforzar el análisis. El mundo estuvo en vilo hasta que aparecieron las primeras vacunas.

El análisis que aquí dejo pretende recoger la experiencia vivida desde el año 2019 al 2021, cuando la pandemia tuvo sus picos más altos. Lógicamente, abordar una cuestión tan compleja como la pandemia y sus implicaciones, exige mucho más que una reflexión empírica. Contar lo vivido ayudará a no olvidar la perturbadora experiencia.

La primera reacción de la gente fue la incredulidad, tras ella la especulación y la manipulación. El flujo de información, de todos los calibres se transformó en infodemia. Estar bien informado exigió más que nunca una búsqueda exhaustiva y una mente ágil para detectar noticias falsas. La avalancha informativa era perturbadora.

A finales del año 2019, en la ciudad China de Wuhan salen los primeros casos de infecciones por covid-19. Inicia la búsqueda del paciente cero y del vector transmisor de la enfermedad. Especulaciones y acusaciones se hacen cotidianas sobre el posible origen del virus. Murciélagos y el pangolín son señalados como posibles responsables. Virólogos y epidemiólogos se rasgan las vestiduras para explicar el potenciar destructivo de la enfermedad.

“La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (COVID-19) como pandemia el 11 de marzo de 2020. Desde entonces, la pandemia continúa haciendo estragos, y las tasas de morbilidad y mortalidad siguen aumentando en todo el mundo”. ONU.

China es la primera en cerrar ciudades completas con el objetivo de evitar la propagación del virus, pero ya era tarde. Los países imitaron el gigante asiático y también cerraron. La gente se refugió en sus hogares y las ciudades quedaron vacías. Parecían muertas sin ruido, sin gente, sin vida. República Dominicana no fue la excepción. El Distrito Nacional donde resido, parecía una ciudad fantasma.

Declaratoria de Estado de Emergencia por varios meses. Toques de queda continuados y represión para imponer la cuarentena. Calles desiertas, todo cerrado, menos los dispensarios y consultorios médicos, laboratorios e instituciones de protección social.

Solo circulaba el personal de emergencia, periodistas, personal vinculado a la salud, la seguridad, suplidores de alimentos y combustible; así como mensajeros de farmacia y deliverys. Las familias tomaron medidas e impusieron sus propias normas para entrar a la casa. En la puerta quedaban los calzados, y el uso intensivo de alcohol quemaba la piel de las manos. Las mascarillas dejaban huellas claramente visibles.

En las entradas de edificios e instituciones se leían letreros donde se advertía que no se aceptaban personas sin mascarillas. Las instituciones de servicios impusieron políticas restrictivas para el acceso a servicios como bancos, telefónicas, super mercados, transporte público, centros comerciales y mercados. Con todo cerrado, incluido los parques y otros espacios de esparcimiento, el encierro se acentuaba.

En la casa, el encierro sirvió para acercar a las familias, pero acentuó el uso de equipos electrónicos y muchos dicen que la violencia intrafamiliar creció. El estrés que provocan largos periodos de encierro tensa las relaciones y genera conflictos. Otros aprovecharon para leer, escribir y reflexionar sobre asuntos diversos.

Mientras todo eso sucede, la enfermedad se expande, los contagios aumentan y las muertes se incrementan. El personal médico desarrolla una guerra sin cuartel contra la enfermedad. La gente se enferma y muere, dejando luto, dolor, tensión. estrés y preocupación en las familias. La gente empieza a exigir libertad y empieza a romper la cuarentena. Las autoridades intentan mantenerla por la fuerza. La cuerda se tensa y los gobiernos comienzan a flexibilizar.

La parálisis de las actividades productivas, especialmente en los centros urbanos, corroen las bases de la maltrecha economía familiar. El panorama se complica, con la especulación y agiotismo. Los gobiernos crean programas para socorrer a los grupos vulnerables, pero el impacto de la parálisis económica es demoledor.

La pandemia llega en un contexto económico internacional caracterizado por altos niveles de pobreza y desigualdad. El modelo capitalista, marcado por el consumismo y la obsolescencia programada, dejan fuera a grandes conglomerados. La crisis del capitalismo estaba en su punto crítico y la pandemia le sirvió de excusa, pero también de catapulta.

El capitalismo depredador ha encontrado en la Covid-19 una excusa para escudar sus fallas. La creciente pobreza y la desigualdad imperante son productos de las políticas neoliberales y de la avaricia de las élites que colocan las cosas por encima de la gente.

Lo cierto es que el capitalismo estaba en crisis cuando llegó la pandemia, siguió en crisis y estará en crisis cuando decreten superada a la enfermedad. El quiebre ha obligado a subir tasas de interés, reducir políticas sociales, aumentar impuestos y utilizar la guerra económica como instrumento de control.

El declive del poder del dólar se hace evidente, mientras otras monedas entran a los mercados de divisa. Economías emergentes como China, India, Rusia, Irán, entre otras, buscan formas para salir de las garras del dólar estadounidense, mientras el Fondo Monetario Internacional y otras entidades recetan modelos para mantener viva la esencia del llamado Consenso de Washington.

Estados Unidos como centro del capitalismo mundial viene arrastrando crisis cíclicas desde principios de siglo y no se ve salida a las mismas. El neoliberalismo instalado en tiempos de Ronald Reagan y el expansionismo estadounidense han provocado un incremento sostenido de la pobreza y la desigualdad. La onda expansiva de esa crisis impacta a sus socios en Latinoamérica y el mundo.

Expoliados por la pandemia de covid-19, millones de seres humanos cayeron en pobreza y otros tantos ahondaron esa condición. La desigualdad se acentuó durante la pandemia. La pandemia desnudó al modelo neoliberal y dejó ver las miserias que produce, pero también mostró que la llamada estabilidad macroeconómica, la economía del derrame y el crecimiento no son suficiente para superar la pobreza y reducir la desigualdad.

Tal es la crisis del capitalismo depredador, que los propios defensores de los capitalistas expresan sus dudas sobre supuestos básicos que sustentan el modelo. Tal es el caso de Joseph Stiglitz, quien sacó una obra donde propone “salvar el capitalismo del capitalismo mismo”. En su libro titulado “Capitalismo Progresista”, analiza los factores que han provocado el declive de los Estados Unidos y plantea estrategias para detener el colapso.

Al llegar la pandemia, Estados Unidos estaba en serios aprietos políticos, económicos e institucionales, donde republicanos y demócratas se tiraban cajas y cajones. La llegada de la covid-19 agudiza las contradicciones y deja ver los huecos del sistema de salud y la incapacidad para hacer frente a la crisis.

Mientras la pandemia de Covid-19 hacía estragos en la salud física y mental de la humanidad, el capitalismo se recapitalizaba, aprovechando las medidas que tomaron los diversos gobiernos para contrarrestar la enfermedad causada por el Sar-Cov-2.

Los negocios con el Estado sirvieron a los mercaderes para aumentar precios y crear demanda para productos que hacían parte de los catálogos recomendados por la Organización Mundial de la Salud, OMS como alcohol, mascarillas, jabones y material gastable de diversa índole. Esto sumado a una batería de medicamentos, que dieron a las farmacéuticas grandes ganancias.

El rol del Estado surge como el garante de servicios públicos y financiador de diversos proyectos de investigación. Todo el aparato estatal se activa para enfrentar la contingencia. El sector privado saca sus garras e incentiva la especulación y la desinformación para incrementar sus ganancias con la venta de todo tipo de productos.

Bancos, casas remesadoras, empresas tecnológicas, farmacéuticas, procesadoras de alimentos, industria de insumos médicos, laboratorios clínicos, consultorios y centros privados de salud, entre otras, sacan enormes ganancias. El capitalismo, en su dinámica mueve sus resortes e impone las reglas del mercado a cualquier producto.

En República Dominicana, la cuarentena afectó actividades estratégicas para la economía como el turismo y los negocios vinculados a éste. El impacto se mitiga con el ingreso al país de remesas y la asistencia social provenientes de instituciones estatales. Aun así, los efectos marcaron las políticas sociales y obligaron a reorientar la inversión pública.

El miedo al contagio se combinó con el encierro colectivo impuesto por gobiernos en todo el mundo y los prologados períodos de cuarentena impactaron en la psiquis colectiva y generando desesperación en amplios sectores de la población. Los emporios mediáticos y las élites empresariales accionaron juntas para magnificar el impacto de la pandemia. La infodemia se impuso como tendencia y la difusión de noticias falsas se hizo pandémica.

El protagonismo de los ministerios de salud, se hizo costumbre, leyendo datos del seguimiento a la pandemia que alimentaban la ansiedad y perturbaban la tranquilidad de la gente en su encierro físico y emocional. Pese a las advertencias de especialistas en conducta y comportamientos humanos, el bombardeo informativo se imponía.

Se recuerda que la Organización Mundial de la Salud, OMS, declaró la pandemia de covid-19 en y desde entonces, los gobiernos se dedicaron a diseñar e implantar políticas de prevención y contingencia, que incluyeron cierre de ciudades, imposición de uso obligatorio de mascarillas, distanciamiento físico, y posteriormente vacunación obligatoria, a partir de los 18 años. El cuadro que pintaba la OMS y ciertos medios era aterrador.

La OMS puso en marcha el Proyecto de I+D, una estrategia mundial y un plan de preparación para emprender rápidamente las actividades de investigación y desarrollo durante las epidemias. Su objetivo es agilizar los diagnósticos, las vacunas y los tratamientos contra la COVID-19 mejorando la coordinación entre los científicos y los profesionales de la salud a nivel mundial, acelerando el proceso de investigación y desarrollo de vacunas y estableciendo nuevas normas y estándares de los que aprender para mejorar la respuesta”.

Las campañas de la OMS y el programa COVAC, implementado generó más expectativas que las soluciones que aporto. El propósito de garantizar mayor equidad en la distribución de las vacunas no se completó como fue diseñado. La voracidad del mercado impuso lógica y la especulación emergió con fuerza de huracán.

Acaparamiento, corrupción y falta de transparencia crearon distorsiones e impidieron el acceso a países y regiones empobrecidas. El incremento en la demanda de vacunas, medicamentos, pruebas de laboratorios e insumos dispararon los precios y la especulación puso su parte. Enfermar de covid-19, implicó grandes gastos para las familias.

Durante el 2020, grandes farmacéuticas e institutos de investigación, con apoyo y financiamiento público, entran en una alocada carrera para conseguir vacunas que ayuden a prevenir la catástrofe. Se logran avances significativos en tiempo récord y empiezan a realizarse experimentos en varios países.

La desesperada búsqueda de vacunas y antídotos se acelera y China, donde surge la enfermedad, crea la vacuna Sinovac. La Federación Rusa crea Spunik V y Estados Unidos desarrolla Moderna, Pfizer, Bion-Tech, Jonson and Jonson, entre otras. Irán crea la suya y Cuba crea varias. Inicia así la “Diplomacia de las Vacunas”.

La gente empieza a superar la manipulación de quienes detractan las vacunas, presionada por los gobiernos y las entidades mundiales que orientan en tiempos de pandemia. Las cifras de muertos e infectados se incrementan, y con ellas la paranoia colectiva. Saludar, abrasarse o estar cerca se convierten en delito. Las relaciones humanas se ejercían vía redes sociales en videoconferencias familiares o videollamadas.

Se dispuso distanciamiento social, cuando debió ser distanciamiento físico. Las perturbaciones en las relaciones interpersonales y la falta de afectos agravan la condición de la gente. Muchos enfermos mueren solos en las famosas Unidades de Cuidados Intensivos, UCI. La intubación se hizo regla y miles de personas fallecieron en ese procedimiento. Los rígidos protocolos instituidos impedían que pacientes tenían interactuaran con sus familias.

Desarrollar, vender y comprar vacunas se convirtieron en prioridad para los gobiernos del mundo, pero no todos tenían las mismas oportunidades de acceso ni los recursos para adquirirlas. Surgen problemas de logística para la distribución, falta de transparencia, retrasos en la entrega y las acciones de grupos antivacunas desafían las estrategias implementadas por los gobiernos. Las vacunas que debían ser un bien público, se convierten en un gran negocio y recurso geoestratégico. 

Vacunación masiva fue la consigna. El negocio pasa a mayores con la compra de vacuna por los gobiernos. Los costos de los medicamentos, especialmente aquellos que tenían potencial para enfrentar la enfermedad. Los laboratorios clínicos se activan y los costos de estudios, pruebas y análisis se convierten en práctica cotidiana. Se imponen las pruebas como requisitos para acceder a lugares y a ciertos servicios.  

La especulación y la escasez inducida crearon pánico y la gente se volcó a comprar cosas que, en teoría, ayudarían a mitigar el impacto de la perturbadora enfermedad. Tras el avance de la pandemia, mediante sofisticados mecanismos de manipulación y un torrente de mensajes en redes sociales, la histeria se hizo colectiva.

Las tecnologías de la información y la comunicación juegan un rol protagónico para ayudar a mitigar el impacto del encierro y garantizar la continuidad de las actividades cotidianas. Muchos servicios se virtualizan. La educación a distancia encuentra un fuerte apoyo. Las plataformas tecnológicas se imponen como espacios de socialización.

La docencia virtualizada, logra grandes avances en desmedro de la calidad del proceso de aprendizaje. Salen a relucir la magnitud de la brecha digital y la gente aprende a impartir y recibir docencia al calor del debate sobre la eficiencia de los Espacios Virtuales de Aprendizajes y la seguridad de las plataformas. Google Meet, Microsoft Teams y Zoom sirvieron para crear “aulas virtuales”.

Las redes sociales también aportan. Se destacan Telegram, WhatsApp, Twitter, Instagram, entre otras. A través de ellas, no solo se socializa, sino que se organizan charlas, conferencias, cursos y otras actividades de socialización. Se sabe que la interacción social es fundamental en las relaciones de poder exigen afectos y proximidad.

La revolución tecnológica creció y mostró su potencial. Lógicamente, mucha gente queda fuera del alcance de estas facilidades y la intimidad queda mermada, dado vulnerabilidad en la gestión de información y la falta de normativa que regule el uso que pueden hacer las empresas tecnológica de los datos de los usuarios.

Cerca de ocho mil millones de personas se encierran, en lo que algunos han llamado un “experimento social”, marcará para siempre a las generaciones que padecieron y sobrevivieron a la pandemia de covid-19. Familiares, amigos y allegados no podrán leer esta reflexión porque se adelantaron en el viaje hacia la muerte al no resistir el impacto del virus.

Manipulación y desinformación se combinaron alimentar la infodemia, inducir miedo y minar la confianza de la gente en la capacidad de los gobiernos para dar respuestas oportunas a la demanda de servicios públicos. Desconfiar en la efectividad de las vacunas se hizo norma, ya que mucha gente vacunada enfermó, algunos varias veces. Eso acentuaba la desconfianza. La llamada inmunización de rebaño tampoco se produjo como había predicho especialistas y autoridades.

Describir lo vivido es una oportunidad para recrear momentos relevantes de la pandemia puso en jaque a la humanidad. Desde República Dominicana, la situación pandémica se vivió intensamente e impregnó un sello distintivo al período comprendido entre 2019 y 2021.

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