lunes, 8 de junio de 2015

LA AGRICULTURA FAMILIAR: UNA ALTERNATIVA PROBADA.

“Los agricultores familiares no son parte del problema, sino que, por el contrario, son de vital importancia para la solución del hambre en el mundo”. Informe FAO 2014.

La producción de alimentos ha sido uno de los temas claves para el desarrollo de los pueblos desde los orígenes de la humanidad. Cuando los pueblos pasaron del nomadismo al sedentarismo lo hicieron tomando como punto de partida la disponibilidad de terrenos para levantar sus viviendas y cosechar sus alimentos. Ese paso marcó el inicio del surgimiento de los primeros conglomerados humanos. Así inició lo que más tarde se denominó agricultura familiar.

La agricultura familiar consiste la producción de alimento aprovechando al máximo el espacio y el recurso más próximo al entorno familiar. Esto incluye la fuerza de trabajo, las semillas o plántulas, la infraestructura básica,  los implementos agrícolas y las actividades culturales que se requieren para garantizar la producción que sustente la familia y de para suplir las necesidades de los mercados funcionan en ese entorno.

Se recuerda que el 2014 fue declarado como “El Año Internacional de la Agricultura Familiar en 2014” como forma de promover la reactivar ese importante sector. Es sumamente importante promover un debate que coloque el tema en la agenda de los gobiernos y de la sociedad.

Se debe aclarar que estamos hablando de Agricultura Familiar, no de agricultura de subsistencia. Es un concepto menos restringido, mejor organizado y más integrador. Es un modelo de producción que incluye dimensiones que superan las prácticas de conuquismo que caracteriza la agricultura de subsistencia. Es organizada en el entorno familiar pero con un enfoque de rentabilidad y de optimización de los recursos, refinando métodos y modos de producción.

Según la FAO para el 2050, tenemos el desafío adicional de alimentar a una población que está consumiendo más alimentos, y a veces sigue dietas mejores y más saludables, y que se espera que supere la marca de los 9 000 millones. Eso es todo un reto, en un mundo donde el crecimiento poblacional es inversamente proporcional a la cantidad de recursos naturales disponibles. Ampliar las posibilidades de producción y mejorar las relaciones de la gente con su medio hará la diferencia.

Mención especial aquí para las cuestiones vinculadas a la degradación progresiva y el empobrecimientos de los suelos. Esto sumado a la escasez, contaminación y a la mala gestión del agua dificulta la producción y amenaza la seguridad alimentaria.

Se sabe que la población mundial ha ido creciendo sostenidamente y con ella la demanda de alimentos. Se espera que para el 2050 la población alcance los 10 mil millones ¿Habrá pan para tanta gente? ¿Soportará el planeta una carga demográfica de tal magnitud? ¿Serán suficiente los recursos naturales para suplir las crecientes demandas de agua, energía y espacio? ¿Cómo se organizará la producción y el mercado para dar respuesta a las exigencias de la población? ¿Cómo superar el consumismo, “el usa y tira”, así como la cultura del derroche? ¿Qué tanto puede contribuir la Agricultura Familiar a la superación del hambre? ¿Cómo hacer que sea rentable y sostenible?

Evidentemente que esos requerimientos deben ser suplidos por quienes se dedican a la producción y procesamiento de alimentos. Dentro de estos se destacan los productores de menor escala, que es el fuerte de la Agricultura Familiar. Juntando esa poderosa fuerza, organizándola y tecnificándola para evitar el derroche sobre todo de agua se puede ir avanzando hacia la superación real de la pobreza y el hambre que padecen más del 60% de la población mundial.

Visto así el asunto, hay que superar las prácticas del capitalismo neoliberal que ha impuesto la patentización de todo cuanto existe en la tierra, incluida las semillas y plántulas, bajo normas comerciales típicamente especulativa. La llamada certificación de semillas debe respetar las prácticas ancestrales practicadas por generaciones de cosechar y guardar parte de la producción para siembras futuras.

La Agricultura Familiar ha servido a lo largo de la historia para sostener a las familias y empujar  a algunos de sus miembros a la educación. Convirtiendo esa noble tarea en un medio de ascenso social y económico. Unos producen y otros estudian, manteniendo una dinámica que bien gestionada puede servir para dotar a los pueblos de las capacidades que le permitan ir perfeccionando sus métodos y modos de producción. Eso claro está, tiene que ser parte de una política pública que coloque a la gente en el centro, como sujeto, no como un objeto.

Esto se ha ido transformando en la medida en que envejecen los cabezas de familia y los hijos pierden amor al trabajo en las zonas agrícolas. Por lo menos en el caso dominicano ese fenómeno se agrava, dejando los predios baldíos. Otros son adquiridos por terratenientes aumentando la concentración de la propiedad de la tierra.

Es sabido que el mercado, sin ningún rigor ético, ha colocado en una situación muy difícil a millones de personas en el mundo. Esto se suma a la aplicación de políticas inadecuadas de los gobiernos que hasta hoy hacen muy poco para desarrollar y organizar modalidades de producción basadas en la Agricultura Familiar. El resultado es claro: empobrecimiento, hambre, abandono del campo, crecimiento de las ciudades, mayor presión para los servicios públicos, concentración de la tierra, desesperanza y encarecimiento de los productos, entre otros.

Se requiere, entonces, poner mayor énfasis en la Agricultura Familiar y privilegiarla para superar la Agricultura de Subsistencia basada en el conuquismo. Es necesario el diseño de políticas públicas que aumenten y diversifiquen la producción, evitando el deterioro del medio ambiente y la contaminación de los recursos naturales. Esto pasa por poner reglas claras a las transnacionales y multinacionales que se apropian de las semillas y distribuyen los insumos utilizados en la producción.

Trabajar con las comunidades, tanto en su organización como en la capacitación es un imperativo. No solo para que aprovechen mejor los recursos que utilizan y saquen mayores beneficios sino también, para que defiendan los predios que cultivan. “Guardar pan para mayo y harina para abril”. Este dicho popular implica una gran enseñanza que puede ser aprovechada para apuntalar la Agricultura Familiar.

La innovación y la creatividad deben complementarse para fomentar políticas inclusivas e integrales. Ir más allá del formalismo institucional, pasando al campo de la cultura, recurriendo a la sabiduría popular para aprovechar la experiencia acumulada para complementar con estrategias de asesoría técnica sobre gestión de recursos y oportunidades. Introducir mejoras que coloquen la Agricultura Familiar en una perspectiva de rentabilidad y sostenibilidad.

El Estado debe garantizar la asesoría técnica en las zonas dedicadas a las actividades agropecuarias, poniendo énfasis en los pequeños y medianos productores. También le corresponde crear las condiciones para que la vida en las zonas productivas sea digna y decorosa. El financiamiento tiene que ir a quienes producen, no para quienes acumulan y explotan. Es un tema que requiere un abordaje integral, dada la complejidad que ido adquiriendo la vida en las zonas productivas.

Finalmente, si se quiere trabajar en la superación de la pobreza y potenciar el desarrollo en las zonas rurales de la República Dominicana, en la Agricultura Familiar están las oportunidades para garantizar la tan cacareada seguridad alimentaria. Volver al campo, implica, transformar las prácticas productivas y la forma de entender las relaciones con el medio ambiente. Se debe mirar la cuestión desde una dimensión estratégica y de sostenibilidad. Superar el asistencialismo y el clientelismo reforzando las bases de la Agricultura Familiar ¡Esa debe ser la apuesta para el Siglo XXI!

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