"Las leyes deben servir para organizar y gobernar a los pueblos, no para someterlos, manipularlos y humillarlos".
El manoseado tema de la repostulación y la reelección ha sido una cuestión recurrente y sistemática en la historia política de la República Dominicana. Desde la instalación del primer gobierno constitucional, encabezado por el general Pedro Santana, a partir del 6 de noviembre de 1844 hasta la fecha. Siempre surgen las pretensiones releccionistas entre los sectores de poder o del gobierno, apuntalados por postulados justificativos.
La tradición política de la República Dominicana asume el tema de la reelección como un distintivo característico, propio de sistemas políticos débiles en términos normativos, institucionales y culturales. Un liderazgo que asume al continuismo, caudillismo, mesianismo y al prebendalismo como las justificaciones básicas de su accionar en política. Superar ese proceder ha constado toda la historia republicana y aún no se vislumbra un horizonte favorable para lograrlo.
Esas tendencias han llevado al país a realizar cerca de 40 revisiones constitucionales, muchas de la cuales han sido única y exclusivamente para incluir la repostulación del Presidente de la República o extender su mandato. Esto genera de inmediato matrices de opinión que dividen las opiniones entre quienes apoyan el reeleccionismo y quienes se oponen al mismo. Esos debates son recurrentes y perturbadores para la población que se coloca en el centro como la salchicha del sándwich.
Pocos presidentes, se han resistido a la tentación de oponerse a esta práctica, claro hay quienes han intentado poner fin al asunto pero no lo han logrado. Las razones que han impedido superar esos escollos se expresan en varias dimensiones. Se puede hablar de la dimensión política, la dimensión cultural, la dimensión normativa y la dimensión institucional. Cada dimensión contiene una amalgama de aspectos que vistos desde el ámbito de las Ciencias Políticas requieren una caracterización para ubicar la línea que ha seguido el asunto en el país.
Cuando se ubica la cuestión en la dimensión política hay que hablar, no sólo de los aspectos vinculados a las organizaciones políticas si no que también, los aspectos relacionados con el liderazgo político, la cultura y la institucionalidad política. Todo esto junto da forma y características a los sistemas políticos que se gestan en las sociedades para gestionar el complejo de relaciones que se expresan en la organización del Estado y del gobierno que lo gestiona.
La dimensión cultural, expresada como la posibilidad de la ciudadanía de incidir en los espacios de interlocución que hacen gobernable a una sociedad, incluye además de la cultura política, la cultura de participación y las capacidades de las organizaciones sociales para servir de contrapeso en las sociedades democráticas. Eso implica que las líneas de abordaje para este aspecto tienen que ser visto desde una perspectiva integral para minimizar los sesgos que neutralicen la acción colectiva.
La cultura es fundamental para desarrollo y afianzamientos de los sistemas políticos que aspiran a transformar el formalismo democrático electoralista en un sistema funcional, abierto, plural y participativo. Por esa senda están los desencuentros con las tendencias que auspician e impulsan el reeleccionismo sin más pretensiones que la perpetuación en el poder de grupos cuyos propósitos no obedecen a un plan de desarrollo económico, político, cultural y social de transformación de la sociedad.
La dimensión normativa y la institucional se combinan para dar forma a la estructura formal y operativa del sistema político. Es en ese contexto donde se deben instituir los protocolos y controles para impedir la perversión de los procedimientos o la burla de los controles establecidos. Los contrapesos de la democracia están referenciados y condicionados por estas dos dimensiones. De ahí el interés de mirar esos aspectos al momento de tratar un tema tan complejo como el que nos ocupa.
Cuando el reeleccionismo o el continuismo se imponen como patrón de comportamiento político y el sistema político y social no está en capacidad de gestionar adecuadamente las tensiones y roces que se generan vienen las crisis y de éstas salen los arreglos de grupos. Esos arreglos, en la mayoría de los casos, desconocen el marco normativo o lo pervierten. Ese modelo se va haciendo ingobernable y se deslegitima en la práctica.
Pese a los problemas que tradicionalmente ha traído para el país, se insiste en la cuestión. Pueden ubicarse tanto en el plano político como en la las debilidades institucionales que ha propiciado la cultura paternalista y clientelista que ha imperado en el país. Así ha sido el formalismo democrático que ha ido conformándose en el país. Un formalismo cuyos resultados se expresan en un estancamiento del desarrollo político y un debilitamiento de la institucionalidad política.
Ambos aspectos debieran llamar a la reflexión de los operarios del sistema dado los riesgos implícitos en los mismos. Un sistema débil y con un marco normativo que no se aplica, sumado a una práctica política basada en conveniencias personales o grupales, no en el fundamento de las normas socialmente aceptadas, queda indefenso ante los embates de los caprichos.
Visto lo anterior, procede aclarar que la posibilidad de que una autoridad pueda repostularse no quiere decir que se reelija, solo tiene la opción, la decisión depende de los electores y la capacidad del liderazgo para encausar las aspiraciones colectivas. También de la flexibilidad del marco normativo que rige la cuestión electoral y de las capacidades institucionales del sistema.
Es necesario explicar que la reelección como categoría política no es mala, siempre y cuando, el sistema político y la normativa, estén diseñados para que ésta no se convierta en un recurso para perpetuarse en el poder y pervertir el orden institucional. La experiencia acumulada a lo largo de la historia debiera servir para ampliar las discusiones sobre el asunto.
Hay que pensar en la posibilidad de asumir un modelo que tenga como referente la posibilidad de elegir la o el Presidente de la República por períodos de 5 años con opción a un segundo mandato consecutivo y nunca más. Esta posibilidad es la que mejor se ajusta al sistema político y electoral dominicano dada las debilidades y falencias referidas en este texto. Repostulación o reelección no es ni puede ser cuestión de voluntarismos sino de institucionalidad y de madurez política de los entes políticos, el liderazgo y de la sociedad.
¿Qué implica para un país cuya práctica política riñe con las normas establecidas entrar en una discusión sobre las ventajas o desventajas de la repostulación presidencial en períodos consecutivos? ¿Cómo evitar que los mecanismos institucionales sean rebasados por las apetencias personales y los caprichos de grupos de intereses anclados en el poder? ¿Habrá posibilidades de gestionar adecuadamente los niveles de tensiones y conflictividad que generan los debates en torno al espinoso tema?
Para la República Dominicana, la cuestión de la repostulación y posibilidad de reelección a cargos electivos consecutivos, tras haber cumplido el primer mandato ha generado siempre, opiniones encontradas. Sin embargo, la cuestión ha quedado solo en el nivel presidencial, dejando a su libre albedrío los niveles provinciales y municipales. Eso ha permitido que personas elegidas en esos niveles agoten varios períodos.
Esa permisividad del sistema ha provocado una especie de “secuestro de esas curules”, neutralizando el desarrollo del liderazgo emergente. Es un tema de reflexión que debe ser asumido como prioridad para evitar que las oligarquías políticas locales impidan el desarrollo del sistema político y la democracia misma, con las consecuencias desmotivadoras y el estancamiento tales circunstancias están provocando.
Lo sensato es, que no solo se hable de repostulación y reelección en el nivel presidencial sino que la discusión abarque también a los niveles provinciales y municipales. Trabajar en propuestas que den respuestas sostenibles a la problemática planteada es una cuestión impostergable si se quieren evitar males mayores.
Se deben establecer reglas y procedimientos que hagan de la política una práctica atractiva para quienes tiene que aportar no para quienes tienen que buscar. El grupismo o las tendencias que se gestan en el interior de las organizaciones políticas deben ser controladas para garantizar el funcionamiento de la democracia interna y evitar los privilegios en los procesos de selección de candidaturas. Evitar que los partidos y agrupaciones sean espacios tipo compraventa o un simple mercado donde todo tiene un precio.
Es necesario, superar los vicios que ha padecido la zigzagueante democracia dominicana estableciendo mecanismos transparentes para que los procesos electorales se ajusten a las normas establecidas. Esto incluye, que los períodos sean de 5 años cada cargo y en el congreso y los municipios se dé un escalonamiento a partir de una primera elección en la forma siguiente.
Si usted ha sido electo para Director de Junta de Distrito Municipal y cumplió su período normal y si fue reelecto en el período siguiente, debe aspirar a cualquier otro cargo en el espectro político dependiendo de sus expectativas y posibilidades, no perpetuarse en ese cargo ¡Hacer carrera política y gerencial en el ámbito de su preferencia!
Preparar al sistema político para que responda a las necesidades de generaciones cuyo fuerte no es la militancia política basada en ideología, sino más bien en intereses donde es difícil gestionar los disensos requiere inteligencia, reglas y compromisos. Esta debiera ser la discusión principal y no concentrar el debate en la posibilidad de reformar la Constitución para rehabilitar la reelección presidencial. Cuidar el sistema político y la democracia para que no se debiliten los fundamentos que la sustentan.
A pesar de los esfuerzos que se han realizado en el país y pese a que la materia constitucional ha sido ampliamente trabaja queda mucho trecho por recorrer para alcanzar un instrumento jurídico que no esté sujeto a los vaivenes de los vientos y mareas que alborotan el paisaje político dominicano. Los roces que generan las tensiones reeleccionistas crean incertidumbre y choques. Aprovecharlos para avanzar en la superación de las debilidades es de alto interés para la sociedad dominicana.
Avanzar en la reestructuración del sistema electoral y en la institucionalización del sistema político es clave. Emprender requiere apertura y disposición para que el proceso sea provechoso. Asumir la indiferencia y pensar que todo seguirá igual es desaprovechar el tiempo y poner en riesgo la posibilidad de transformación del formalismo democrático en un instrumento al servicio de los intereses colectivo de la sociedad dominicana, no de los grupos que la controlan.
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