sábado, 1 de enero de 2011

CAMBIAR PARA TRANSFORMAR.

“La falta de sanción social, la miseria moral y la pobreza de espíritu traba la justicia, obscurece el porvenir y malogra la esperanza”. FDC/ 2011.

Una persona marrullera, cínica, avara, ruin, falaz, engreída, fabulador, traicionero, pervertida, irrespetuosa, irresponsable, vil, cobarde, cruel, perezosa y pérfida es tan dañina como la víbora más venenosa. Alguien con estas características es un peligro inminente en cualquier sociedad. Es un miserable, un pobre de espíritu e insolvente moral y socialmente.

Un mal ejemplo, que de no ser controlado a tiempo, contagiará con su nauseabundo comportamiento aquellos, que débiles de espíritu es atraído al territorio de estos personeros. Es una mala hierba cuya raíz hay que extirpar para evitar su propagación.

Individuos con esos “atributos patógenos” requieren un tratamiento especial en la sociedad. Tienen que someterse a un proceso de humanización que no se resuelve con un ruego al Santísimo, un resguardo o una unción. Es una persona enferma que no conoce la dignidad y el decoro, carece de sentido del deber, ignora el respeto a los demás. La tolerancia es un bicho extraño en su catálogo.

Es alguien a quien hay que neutralizar, ya por las buenas, ya por las malas. O se somete a los principios básicos de convivencia o se someterá al rigor de la justicia y la ley. La sanción para los forajidos tiene que ser ejemplarizadora para mandar un mensaje claro que desaliente a quienes pretendan imponer sus miserias como norma.

Se sabe que las sociedades están llenas de estos especímenes. Que se enquistan en cualquier espacio donde la vigilancia social, moral y legal es débil, complaciente o no existe. Las sociedades van creando su propio sistema de filtros institucionales pero de vez en cuando hay que limpiarlos para que funcionen adecuadamente.

Prevenir a los pueblos de los riesgos que implican el afianzamiento de prácticas societales pervertidas es un deber de los hombres de bien. Es oportuno aclarar que estos desheredados de la virtud están descalificados para ejercer cualquier función directiva, ya sea en el sector público o el sector privado. Es que ciertamente son un peligro del que hay cuidarse siempre.

Un forma de neutralizar el veneno que desprenden esos seres que aunque humanos no han superado el salvajismo es fortaleciendo los principios éticos y valores morales que sustentan el buen vivir. El activismo social debe orientarse a la construcción de una sociedad de bien donde la justicia sea la norma y no la excepción. La animación social contribuye a desalentar las malas prácticas en la convivencia de los pueblos.

Ojalá que reforcemos nuestras estrategias para cerrar las puertas apadrinan y patrocinan y defiende normas de convivencia amparadas en el lucro a cualquier precio, en la ignorancia, en el miedo o el terror que imprimen con sus actos bochornosos, e indeseables.

Hay que reformar la conciencia para transformar la sociedad del Siglo XXI. Hay que luchar contra las lacras heredadas del pasado para construir espacios de convivencia sana, democráticos, pluralistas, democráticos, seguros y confiables. Es tiempo de actuar no de contemplar. Accionar los resortes de la indiferencia para saltar sobre las barreras del individualismo, del pesimismo y la y la ignorancia.

La miseria humana da para mucho pero la voluntad férrea y decida de la gente de bien ha sido y es capaz de derrotarla, incluso antes de que clave sus garras venenosas en cuerpo social. Los vicios, los avaros y marrulleros acechan pero el muro de contención conformado por la dignidad y el decoro le dificulta su caprichosa tarea.

Reorientar el rumbo se impone como un imperativo para llegar a puerto seguro. Decir haciendo, educar con el ejemplo, destacar y premiar las acciones dignas de imitar. Retribuir a quienes se mantienen firme en la búsqueda de la felicidad general y la justicia social es una loable acción.

Reinvidicar los referentes morales de la dominicanidad y trabajar sin descanso por útil, sano y provechoso es parte de los desafíos que encaran la sociedades actuales. Para sacar buenas calificaciones se requiere más y mejor educación, formación, compromiso, vocación y trabajo. Cerrarles el paso al mal a cualquier precio.

Dar la cara, poner el hombro, tomarse de la mano y unir las fuerzas sanas y progresistas es el antídoto contra la desgracia. Salir del anonimato y asumir el rol que le corresponde, participar en los espacio de tomas de decisiones, postularse a los cargos electivos, asumir responsabilidades y luchar por el bienestar colectivo es la ruta del progreso y la prosperidad.

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