jueves, 9 de marzo de 2023

TODO POR Y PARA EL AGUA.

El agua es un recurso natural no renovable, vital e insustituible y cuidarla es un imperativo moral.

La creciente crisis y estrés hídrico que padece República Dominicana es el resultado de la implantación de políticas de protección, uso y preservación de los recursos naturales que privilegian la explotación indiscriminada e irresponsable.

El impacto del calentamiento global y el cambio climático es demoledor. El crecimiento poblacional genera tensiones, presiona la demanda de agua para consumo humano y agudiza el estrés hídrico. Y si a eso se suma, que las acciones humanas irresponsables no son sancionadas y se impone el comercio a los derechos de la gente a disponer de agua potable, el panorama se torna perturbador.

De los caudalosos ríos y arroyos que conocimos, solo quedan huecos y algunos hilillos de agua que suplen precariamente las crecientes necesidades de grandes poblaciones. El problema se vio venir, pero pocos accionaron para prevenir su perturbador impacto. Hoy héroes y villanos sufren las consecuencias de la indiferencia de unos y la complicidad de muchos.

La dramática realidad se agudiza con la sequía recurrente, la creciente deforestación, el secuestro de los acuíferos, la contaminación de las aguas y la extracción de agregado de los ríos. Ciertamente es un problema grave en todo el mundo, pero en nuestro país, los efectos son demoledores.

Visto el dramático impacto de la escasez de agua, las pérdidas que provoca y los conflictos que genera, queda el sabor amargo y la carga de conciencia por no haber actuado con prudencia y responsabilidad ante las evidencias de la crisis que se veía venir.

Autoridades alejadas de las necesidades de la gente y sus comunidades, políticas poco efectivas, el crecimiento poblacional y la voracidad de empresas multinacionales y nacionales por sacar ventajas de los recursos naturales, dejan la desolación que se observa.

Revertir la situación, exige mucho más que discursos y promesas. Exige acciones concretas; ante todo, compromiso, articulación, recursos, sanciones, educación, orientación y formación. Las políticas medioambientales y de protección de recursos naturales deben contemplar la participación de las comunidades y la protección de las cuencas y microcuencas.

La crisis del agua, especialmente de agua potable, es empujada por la estructura productiva del capitalismo salvaje y las políticas neoliberales que colocan el precio de los recursos naturales por encima de las necesidades de la gente. Mercantiliza, privatiza y pone precio a un recurso, cuyo acceso es un derecho humano. Es tiempo poner de orden en el sector agua para detener el acelerado proceso de desertificación que amenaza a gran parte del territorio nacional.

De ahí que las acciones emprendidas en ese ámbito tienen que basarse en intervenciones integrales y articuladas. Los países tienen que proteger los recursos naturales, especialmente el agua. No es gritar en tiempos de sequía, donde los mercaderes sacan grandes negocios, sino accionar para aprovechar el recurso, garantizar el derecho del pueblo a recibir agua potable sin poner en riesgo a las futuras generaciones.

Ante el abrumador y perturbador cuadro que presenciamos, toca revisar las políticas medioambientales y de protección de los recursos naturales para trabajar articuladamente y en coordinación con los grandes, pequeños y medianos productores para incorporarlos a la protección del medio ambiente y los recursos naturales.

¿De qué sirven las inversiones que hacen tutumpotes en comunidades rurales si no protegen la flora y la fauna para proteger los acuíferos y evitar la contaminación de las aguas y los suelos? La acción debe ser integral, articulada y organizada y fundamentada en los mandatos normativos instituidos en la Constitución de la República, la Estrategia Nacional de Desarrollo y la Ley de Medio Ambiente y Recursos Naturales, entre otras.

Las instituciones responsables de la gestión y control de agua en el país deben trabajar conjuntamente para hacer valer la normativa y diseñar políticas integrales y articuladas que contribuyan a mitigar el impacto de los períodos de sequía, estableciendo controles estrictos en el uso y explotación del agua.

Al margen de los usos, hay que trabajar en la creación de una cultura del agua que incluya campañas de formación y orientación sobre este importante e insustituible recurso. Introducir en el currículo educativo contenidos y actividades que promuevan la preservación de los recursos naturales, especialmente el agua.

Mucha gente que invierte fortunas en las montañas no tiene en cuenta la importancia del agua para garantizar la sostenibilidad de sus inversiones. Con estos grupos, hay que trabajar en la orientación y sensibilización para que aprendan a valorar y respetar el derecho de la gente a disponer de agua potable. ¿De dónde sacaran las aguas para regar plantaciones y alimentar animales?

Hay que estar pendiente a las pretensiones de los sectores que aspiran e impulsan acciones de privatización de las aguas. Mucho se habla de la reforma y modernización del sector agua, pero los resultados de esos esfuerzos quedan como rebuzno de burros en sabana.

La mercantilización, escasez y contaminación del agua es un espoleo constante. Los precios del agua en los centros urbanos están marcados por la especulación. Los controles de precios y de calidad son escasos. Ya está mercantilizada y su costo se incrementa continuamente.

Reducir el impacto ecológico de las actividades de la gente en su entorno es un imperativo categórico. Reforestar, controlar, cuidar, orientar, formar y educar a la gente sobre estos temas es de una importancia vital para la sociedad dominicana.

Hay que replantear la relación de la gente con su medio. De continuar la explotación irresponsable e indiscriminada del recurso agua, es un incentivo a conflictos sociales. Nadie está dispuesto a morir de sed, pero pocos hacen conciencia de la necesidad de proteger las montañas productoras de agua y a hacer un uso responsable del preciado líquido.

Hay que revisar las políticas medioambientales y de protección de los recursos naturales, aplicar drásticamente la normativa vigente e imponer las sanciones y controles instituidos. La impunidad no puede anidar en los breñales de la institucionalidad ni perecer ahorcada entre los bejucos espinosos del populismo ambiental.

Reforestar en las montañas debe ser una actividad sistemática permanente. Esa acción complementa la regeneración espontánea y contribuye a restablecer la cubierta boscosa. Evitar la deforestación, a toda costa, es una tarea indispensable. Quienes cometan delitos o atentados que alteren los ecosistemas, pongan en riesgo los recursos naturales o contaminen el medio ambiente deben recibir castigos ejemplares.

La gente tiene que producir para garantizar la seguridad alimentaria, pero debe aprender a preservar los recursos naturales, especialmente el agua y el suelo. Cambiar la matriz productiva, controlando la siembra de vampiros vegetales, priorizando el cuidado de las especies de flora nativa.

Incentivar y apoyar la tecnificación de la agropecuaria para eficientizar la cantidad de agua dedicada al riego. Tecnificar ese sector es fundamental y prioritario. El siglo XXI, ofrece oportunidades y facilita soluciones, pero la desorganización y la falta de orientación impiden su aprovechamiento. Hay que crear condiciones que optimicen el uso del agua.

En definitiva, trabajar para dejar agua potable, suelos sanos y aire limpio a las próximas generaciones. Ser indiferente, es un acto de suprema irresponsabilidad que pone en riesgo la salud de la gente, la paz social y la estabilidad del planeta.

El futuro de la humanidad está seriamente amenazado por la falta de agua dulce, a pesar de que gran porcentaje del globo terráqueo es agua. Cuidar las fuentes de agua dulce debe ser la prioridad del liderazgo nacional. Accionar ahora es una obligación de las presentes generaciones para garantizar la sostenibilidad.

¡Actuemos ahora!

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