"La política
no es una especulación; es la Ciencia más pura y la más digna, después de la
Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”. Juan Pablo Duarte.
La democracia, ya sea como
modelo ideal o sistema político no se puede desarrollar sin el concurso de una
ciudadanía políticamente activa y responsable. Para transformar el formalismo
democrático en democracia funcional es necesaria una repolitización de la
ciudadanía para que asuma sus deberes y exija sus derechos. Fortalecer la
cultura política y el civismo para incidir en los procesos políticos es una
tarea que exige compromiso, dedicación, confianza, formación, educación y
referencias creíbles.
Los partidos y las
agrupaciones políticas continúan siendo la principal vía de canalización de las
demandas políticas, económicas, sociales o culturales; compartiendo ese rol con
las organizaciones de la sociedad civil. Sin embargo, a pesar de la alta
participación electoral de los dominicanos en las elecciones, hay un ejercicio
poco razonado del voto. Los efectos del clientelismo y la mercantilización de
la actividad política se evidencian y se renuevan en cada proceso electoral.
La apuesta de los mercaderes
de conciencias, que promueven y ejecutan acciones clientelares, es hacer de la
pobreza y las carencias colectivas el insumo básico para su accionar en
política, haciendo ver este vicio como una virtud que sólo ellos pueden
ejercer. Ignoran los procesos de cambios institucionales, el sistema político
social y la sociedad imponiendo su perversa lógica mercantilista.
El siglo XXI debe ser
aprovechado para dar el salto que coloque a la República Dominicana en la senda
del desarrollo integral. No es posible desenvolverse en la actualidad con los
mismos métodos del siglo pasado. La luz tiene que llegar a las mentes de los
hombres y mujeres que dirigen las instituciones del país para superar las
debilidades propias de los sistemas clientelistas.
El sistema democrático actual
luce atrapado en los vicios del formalismo democrático, incluido el
clientelismo político, como rasgo distintivo de la cultura política dominicana.
La democracia formal se estanca y queda como una fachada en la que escudan
politiqueros y traficantes de promesas envueltas en prácticas clientelares y el
asistencialismo. Se observan algunos visos de desarrollo e
institucionalización, pero distan mucho de las aspiraciones colectivas.
La corrupción política, la
iniquidad y la exclusión sólo se podrán superar cuando los intereses políticos
y sociales converjan en pactos que sean respaldados por un orden institucional,
democrático y participativo de los actores políticos, económicos, sociales y
culturales. Contra esto debe imponerse la virtud del buen vivir expresado a
través de la vocación de servicio colocando a la gente en el centro de su
accionar ¡Vivir para servir, servir para vivir!
Chantaje, soborno, cohecho,
nepotismo, tráfico de influencias, complicidad general e impunidad son lacras
que corroen los cimientos de la convivencia social y en política, destruyen la
capacidad y confianza de las organizaciones políticas para canalizar las
inquietudes y demandas de la sociedad. Grande es el reto pero hay que
afrontarlo con carácter y decisión.
Es a las organizaciones
políticas y a los grupos de presión a quienes les corresponde dar el primer
paso, ya que se han abrogado el derecho de representación de los intereses
colectivos. De lo contrario, la ciudadanía accionará para transformar esas
debilidades estructurales en fortalezas. Estos vicios no son exclusivos ni
creación de la República Dominica, se repite en todos los modelos formales de
democracias.
Los efectos perversos de las
relaciones clientelares, junto a la despolitización social tienen que ser
enfrentados con acciones concretas para contrarrestar sus efectos. La
responsabilidad fundamental les corresponde al liderazgo político y al
liderazgo social, propiciando un nuevo orden institucional sustentado en un
pacto social alternativo, apoyados en la cultura cívica transformadora,
dialogante, propositiva y progresista.
Politizar la ciudadanía
ciudadanizando la política debe ser la estrategia para neutralizar y superar
las prácticas clientelares, el prebendalismo ancestral y humillante. Es un gran
reto, pero vale la pena asumirlo. Ignorar el problema no es la salida. Hay que
enfrentarlo o de lo contrario el Estado y la sociedad se enfrentan a
situaciones de extremo riesgo toda vez que la laxitud de los controles
partidarios y electorales permita la entrada de recursos provenientes del
crimen organizado, incluido el narcotráfico.
Para contrarrestar esa
tendencia pervertida de ver la práctica política y la Política misma, como una
transacción comercial es necesario elevar la capacidad política de la
ciudadanía y fomentar el pensamiento crítico para transformar la democracia
formal en una democracia funcional. La cuestión es clara, para mejorar la
calidad de la democracia lo que se requiere es más y mejor política.
Los niveles de desarrollo
político del país debieran servir para sostener la institucionalidad que exige
una democracia funcional y empujar hacia la necesaria modernización política
requerida para fortalecer el sistema político dominicano. Se ha avanzado
lentamente, pero se avanza, falta sin embargo, un enorme trecho para superar la
desconfianza de la ciudadanía en la clase política y dar paso a la eficiencia
institucionalizada del modelo democrático adoptado por la sociedad en su
dinámica de desarrollo.
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