viernes, 6 de enero de 2023

EL GATO VIGÍA.

En una zona montañosa donde solo había una enramada grande, sin paredes; ubicado en la falda de la copiosa montaña, entre vegetación espesa y grandes árboles. Un grupo de inquietos excursionistas escogieron el lugar para pasar una noche inolvidable. El rancho utilizado ocasionalmente por cazadores, por suerte, ese día estaba solo.

Ese espacio, único en el área, fue aprovechado por unos excursionistas para montar su campamento de descanso, luego de larga caminata por caminos serpenteante y angostos bordeando la montaña. Prepararon espacio dentro y fuera del rancho para instalar carpas y pasar allí una noche disfrutando de la tranquilidad de la noche, el brillo de las estrellas y el aire puro del lugar.

Luego de acondicionar el lugar, respetando el entorno, proceden a colocar las tiendas en circulo, rodeando la vetusta choza como forma de amortiguar la brisa. Al centro armaron el fogón para preparar alimentos, hacer té, colar café, hervir agua y calentarse. El escenario estaba listo para pasar una noche de aventura.

El trajín del viaje invitaba al descanso, pero el estómago pedía alimentos calientes. Legalio, el coordinador de la expedición dispuso habilitar un fogón, reunir víveres y buscar agua para preparar una suculenta cena. Yautía, cepa de apio, ñame, papas, batatas y algunos plátanos maduros fueron pelados y echado a hervir.

Tantos víveres en la olla, parecía un sancocho, solo faltaba carnes y sazones. El equipo encargado de preparar la cena escogió sardinas para acompañar los víveres. Todo un manjar en medio de la imponente montaña.

Cenaron entre chistes y relatos de vivencias en escenarios semejantes. Se pasó balance al día que concluía y se planificó la jornada siguiente. Algunos cantaron, otros hicieron décimas y no pocos sacaron su parte poética.

Cansados; hombres y mujeres, los excursionistas cayeron rendidos en brazos de Morfeo. Tan profundamente dormían que no se percataron que en la zona había animales, especialmente perros salvajes, conejos y cerdos cimarrones que atraídos por el olor a comida y amparada en la tranquilidad de la noche podían acercarse.

Bien entrada la madrugada, cuando los excursionistas dormían profundamente aparece una manada de perros salvajes en busca de alimentos. Merodeaban el entorno y al hacerlo, gruñían amenazante. Era el preludio de un ataque inminente.

De pronto, y como de la nada, surge un gigante gato barcino que pernoctaba en la choza. Asustado por el ruido y olor de la jauría, pero dispuesto a defender su territorio, crispó los pelos de lomo, alzó la cola lo más que pudo y se levantó, para simular mayor tamaño.

El perro líder en la manada se acercó amenazante y el gato incognito saltó por los aires y cayó sobre unos trastos que había dejado al aire. Ollas, jarros y calderos combinaron con ladridos y gruñidos. Ante el escándalo, se despertaron exaltados todos los excursionistas.

Confundidos y soñolientos, encienden sus linternas e inician la búsqueda del origen del sonido. Al no encontrar nada, dado que los animales se retiraron tras escuchar las voces de hombres y mujeres. Las mujeres, acampaban en la búsqueda, pero no lograr ver nada.

Cansados de buscar en la oscuridad de la madrugada, con el canto lejano de los gallos, deciden reorganizar los trastos antes de volver a sus camas. Estaban convencidos de que forasteros habían intentado robar sus pertenencias, nunca pensaron que canes y un felino podían generar tanto alboroto.

El gato, que se había protegido sobre una vieja rinconera para evitar ser agredido por los perros salvaje, bajó sigilosamente y se acercó al calor que desprendían las brazas y tizones de la fogata moribunda.

Para evitar nuevas sorpresas, los excursionistas montaron guardia; uno por cada dos horas y avivaron las llamas del fuego soplando con un trozo de cartón. No aparecieron los perros, el gato vigía volvió a su rinconera y se dispuso a dormir. Tenía toda la noche despierto, con los nervios alterado porque percibía el olor de los perros que se acercaban.

El tiempo pasó, la noche fue muriendo y el día empezó a nacer. El gato, tan pronto como se hizo claro salió de las rocas cercanas a la hoguera, y volvió a su zona de confort en la vieja rinconera. Desde allí podía ver los movimientos de los excursionistas, que ya en pie, se disponían a preparar café y chocolate con jengibre para el desayuno.

Unos calentaron algunos víveres que habían sobrado de la noche anterior, otros prefirieron tomar chocolate con pan. Concluido el desayuno, se dispusieron a partir. La meta era llegar al pico más alto de la Isla, donde la temperatura desciende a cero grados.

Antes de abandonar el lugar, el responsable de la excursión, jefes de los 30 excursionistas, ordenó apagar el fuego y enterrar las brasas. Allí quedó el gato, la enramada y las cáscaras perdidos en medio de la nada. Tras las vivencias de la primera noche en la montaña, los excursionistas, tendrán otra noche para otra divertida aventura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario