martes, 10 de mayo de 2011

LA DEMAGOGIA PERVIERTE EL DISCURSO POLÍTICO

"El lenguaje de la verdad debe ser simple y sin artificios". Lucio Anneo Séneca.
La fuerza de la comunicación política reside en el contenido del mensaje, no en la forma. El signo y los símbolos ayudan a fortalecer el proceso comunicativo pero hay que adornarlo con el dato duro, dotándolo de racionalidad, veracidad, y actualidad. Ya se ha dicho con sobrada razón que la verdad es revolucionaria y como tal es un componente fundamental en el discurso político.

La demagogia no es útil ni siquiera en la propaganda política, por tanto desterrarla es una tarea ética impostergable, ya que ella contraviene la verdad y la falta de veracidad pervierte la práctica política y la política misma. Elegir un buen discurso requiere, entonces, además de la legitimidad sociopolítica del emisor, prescindir de la perniciosa práctica demagógica para dotar de fuerza y realismos la comunicación política, aprovechando la variedad de recursos que ofrecen las tecnologías de la información.

El problema de fondo es el fracaso del sistema y de la clase política dominicana que se ha quedado estancada y atrapada en el pasado conchoprimista. No han evolucionado y el atraso político que exhiben se expresa claramente en la retórica discursiva de los candidatos de todas las corrientes, grupos y tendencias políticas.

Los temas y contenidos giran en torno a las mismas cuestiones que han sido recurrentes a lo largo de los casi 200 años de vida republicana: lucha contra la pobreza, desigualdad, corrupción, mejores servicios, libertad, institucionalidad, transparencia, Etc. No hay innovación. En esencia todos prometen lo mismo y peor aún, utilizan el mismo repertorio lingüístico. La creatividad discursiva brilla por su ausencia o son intencionalmente, muy confusas.

Para que sirva de ejemplo les invito a releer la obra de Federico García Godoy, escrita en el preludio de la ocupación militar 1916, titulada “El Derrumbe”, o sí se quiere los escritos sociológicos de Pedro Francisco Bonó y más luego para seguir en la misma línea lectura “Las Cartas a Evelina de Francisco Moscoso Puello. Ellos y otros tantos, han descrito con magistral puntualidad las carencias, deformaciones y debilidades de la estructura político administrativa y señalado la incapacidad de los dirigentes que han desfilado por la dirección del Estado desde la proclamación de la Independencia Nacional en 1844, incluyendo el desencuentro entre la retórica discursiva y la práctica política.

Tanto recurren al mesianismo salvístico para esbozar sus intenciones como al determinismo político para justificar su participación en los certámenes electorales. Agregan a su arsenal discursivo una elevada dosis de subrrealismo mágico como si la historia se pudiera borrar de un plumazo. Renovados en sus andanzas y refinando constantemente sus pretensiones eternizantes olvidan los desaciertos cometidos a su paso por la dirección de la cosa pública.

Esos dirigentes políticos, o más bien politiqueros pretenden dar un “delete” a la memoria colectiva, borrando de un tirón los desmanes cometidos. En su afán manipulador olvidan hasta sus tímidos aciertos. Vuelven a discursear con la misma verborrea de siempre, con la misma saña y con la misma intención. Apoderarse del poder para repetir sus yerros e indelicadezas, engrosando su patrimonio las llenando las arcas de sus allegados y familiares.

Una dirigencia deslegitimada por la práctica política no merece la confianza ni el voto popular y mucho menos respeto de la sociedad. Se recurre frecuentemente al viejo vicio del reciclaje político alimentado por el atraso y el analfabetismo político, la manipulación, impulsado y promovido por la desinformación de los sectores oligárquicos que trazan las pautas e imponen las agenda, ya sea a través de los medios de comunicación o de los grupos de intereses que conforman los poderes fácticos.

Poderes fácticos, partidos y políticos. Olvidan que el pueblo es sabio y afina constantemente la puntería, asumiendo posiciones cada vez con mayor compromiso y racionalidad sobre el quehacer político. Cierto es que la noche, el sueño y la espera han se han sido prolongados, costosas e inquietantes pero no está lejos el despertar de las masas vilipendiadas. Asumir la demagogia como fundamento del discurso político pensando que con ello se está contribuyendo al desarrollo político institucional o al fortalecimiento de la cultura política, cívica o patriótica, es un error de novatos e incipientes. Hoy en la sociedad de la información y el conocimiento se hace difícil la manipulación y el engaño.

Hoy se habla de ciberpolítica y de ciberdemocracia. La llamada democracia digital o 2.0 es una realidad que se afianza. Se han desparramado las puertas de la información, diversificado los medios y las fuentes informativas obligando al liderazgo político a mejorar su relación con los electores y afinar sus métodos comunicativos, así como los recursos discursivos. De ahí que como afirma periodista Jorge Aguilera que “el líder 2.0, está a la misma distancia que del computador, el elector 2.0 castiga con vehemencia la deshonestidad, las caretas y apoya al líder auténtico, el elector 2.0 quiere ser tenido en cuenta. El líder 2.0 es participativo, analítico y auténtico”.

En este escenario la demagogia y discurso vacío no tiene cabida. La comunicación tiene que ser directa, clara y concisa, lo mas realista, veraz y objetiva posible. El dato hoy tiene mayor importancia que nunca. Por tanto quien fabula hoy se arriesga a ser desmentido al instante por cualquier ciudadano aprovechando el uso de las tecnologías de la información y la comunicación. Los grandes medios de comunicación pierden paulatinamente el monopolio informativo y con ello la capacidad de manipulación.

La blogomanía hace aguas las pretensiones de quienes se habían abrogado el derecho de informar, opinar e incidir en la conformación de las opiniones publicas. Esto obliga a políticos, asesores y hacedores de opinión a pensar mejor los contenidos de sus discursos para no continuar con el penoso ridículo de repetir, repetir, errar, errar, con el claro interés de confundir al colectivo electoral. Así se irá poniendo frenos a la demagogia polítiquera que ha pervertido la práctica política y debilitado en grado extremo la cultura cívica en la sociedad dominicana.

Prácticas demagógicas, manipulaciones impenitentes, desinformación recurrente e irresponsabilidad ciudadana han sido parte del caldo de cultivo para el sostenimiento del deteriorado sistema político que hoy padecemos. De poco han servido las honrosas y escasa excepciones de compromiso, honestidad y probidad política que hemos tenido pero la llama de su ejemplo permanece encendida para iluminar los pasos y las mentes de quienes aspiramos a vivir en una sociedad donde la justicia social sea la norma y no la excepción.

Resulta penoso y hasta bochornoso que en pleno Siglo XXI tengamos que asistir a tan desagradable espectáculo político con un discurso político, que además de demagógico caracterizado la descalificación del contrario por diatribas, acusaciones y contraacusaciones, infundadas o no, que generan y refuerzan el pesimismo, el desaliento y la fe en el porvenir. Este cuadro incide negativamente en la conformación de una cultura ciudadana que valore lo bueno y rechace lo malo, pervertido e indecoroso. Superarlo requiere una acción patriótica, ética, así como un compromiso con el presente para fortalecer los pilares de un futuro promisorio.

El desafío es superar ese discurso deslegitimado por el accionar de sus emisores y sustituirlo por la racionalidad y la veracidad, contraponiendo la honestidad y objetividad a la demagogia discursiva. Así se genera confianza y credibilidad. Se gana legitimidad y se fortalecen los cimientos de la institucionalidad democrática. No sólo se legitimando el liderazgo políticos y social si no también que se refuerzan los valores cívicos y los principios éticos, ya que todos tienen responsabilidad en el atraso del sistema político y las instituciones político-electorales de la República Dominicana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario