martes, 4 de junio de 2024

SUFRAGIO VOLUNTARIO SIEMPRE, VOTO OBLIGATORIO NUNCA.

“Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones”. Juan Pablo Duarte.

El crecimiento sostenido de la abstención electoral en República Dominicana ha disparado las alarmas de sectores vinculados al quehacer político. En el l último proceso comicial celebrado el 19 de mayo 2024, la abstención superó el 45 por ciento, la más alta en la historia electoral del país, abriendo un debate extemporáneo sobre la pertinencia o no de hacer obligatorio el voto, sin profundizar en las causas que provoca el desencanto con la política y el sistema que la sostiene.

Con respecto al ejercicio del sufragio, la Constitución Política de República Dominicana establece en su artículo 208 que, “Es un derecho y un deber de ciudadanas y ciudadanos el ejercicio del sufragio para elegir a las autoridades de gobierno y para participar en referendos. El voto es personal, libre, directo y secreto. Nadie puede ser obligado o coaccionado, bajo ningún pretexto, en el ejercicio de su derecho al sufragio ni a revelar su voto”.  Especifica su párrafo único que “No tienen derecho al sufragio los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, ni quienes hayan perdido los derechos de ciudadanía o se encuentren suspendidos en tales derechos”.

La abstención electoral tiene raíces profundas que incluyen, corrupción política generalizada, elevados niveles de analfabetismo cívico, descontento, desmotivación, indiferencia y rechazo al accionar del liderazgo político en un momento determinado. Pero, además, pude ser interpretado como forma de desobediencia cívica ante modelos políticos corrompidos, clientelares, caudillistas y asistencialistas.

El abstencionismo electoral, el voto en blanco o el rayado intencional de boletas pueden convertirse en opciones para romper el cerco que imponen las cúpulas partidarias a la población y rechazar las diversas formas de acoso electoral que se evidencian en el país. En otras épocas, el país vivió momentos de terrorismo de Estado, represión e intolerancia política que impedía el libre ejercicio del sufragio. Como respuesta, las fuerzas progresistas, socialistas y revolucionarias llamaban a la abstención electoral como forma de protesta contra el sistema impuesto.

Durante los gobiernos autoritarios y dictatoriales de Los Trujillo y su heredero el Dr. Joaquín Balaguer, el voto servía para muy poco. Hoy el abstencionismo tiene otros matices. La gente no solo se abstiene de votar, sino de postularse a cargos electivos dado los elevados gastos de las campañas electorales, la incapacidad de la Junta Central Electoral, la falta de compromiso del liderazgo social y la corrupción política. Gente honesta, bien formada, con vocación de servicio y regios principios éticos se aleja de la política dejando camino libre a los mercaderes e improvisados.

Como señala Rodrigo Borja Cavallo, “El sufragio obligatorio, en el orden práctico, es una escuela de educación cívica para los ciudadanos, que se ven precisados a preocuparse de los asuntos públicos. Busca además asegurar la legitimidad de los gobernantes amenazada por el indiferentismo electoral y evitar que los partidos políticos pequeños, sin opción de éxito, apuesten a la abstención electoral, conspiren contra la democracia política y se apropien de los inevitables índices de deserción como si fueran respuestas a sus consignas”.

Partiendo de esa premisa y viendo modelos donde votar es obligatorio, los resultados de la obligatoriedad no impactado en la calidad de la democracia. Por tanto, las fallas de un sistema se corrigen transformando el sistema y eso se logra cuando la gente siente que quienes le representan se identifican con las necesidades de la gente. Obligatorio o voluntario, el ejercicio al sufragio es un derecho, aun cuando se elige no elegir.

Si la gente ve la política como una actividad denigrante, dado el lucrativo negocio en que la han convertido quienes tienen la responsabilidad de adecentarla, la receta no es hacer obligatorio un derecho sino imponiendo sanciones drásticas a quienes cometan delitos electorales, praciquen acoso electoral o perviertan contra la institucionalidad democrática. Eso la degradación cívica y la inhabilitación para ejercer cargos públicos, establecida en el artículo 146 de la Constitución de la República y en las normas complementarias. Un sistema político corrupto, no puede obligar a la gente a corromperse. La fiebre no está en las sábanas.

La institucionalidad democrática requiere que las organizaciones políticas cumplan con los procesos instituido en la normativa que las rige, partiendo de la Constitución de la República que en su artículo 216 establece claramente, los fines y propósitos de estas entidades. La cuestión está, en que no cumplen, y quien no cumple, no puede obligar a otros a cumplir. Por que como dijo Juan Pablo Duarte, Lo que la ley no prohíbe, ninguna persona, sea o no sea autoridad, tiene derecho a prohibirlo”.

El sistema político dominicano está enfermo y la abstención es un síntoma grave. Para curar esa infección se requiere cambiar las prácticas perversa de hacer y ejercer la política que prima en el país. Erradicar el transfuguismo, el nepotismo, el clientelismo, el caudillismo o cualquier otra forma de corrupción política es un paso en el largo camino hacia la institucionalización y modernización de la política dominicana.

Un sistema político-electoral donde las campañas electorales son continua y costosas, la corrupción política es sistemática y la ética política solo es discurso, genera desesperanza, desencanto y descontento. Para avanzar es necesario cambiar la cultura y la práctica política pervertidora, no obligar a ejercer el derecho al sufragio, que constitucionalmente es libre, secreto y personal.

Si el creciente abstencionismo electoral que se ha expresado lo que va de siglo obedece a fallas estructurales que afectan al sistema político democrático, lo correcto es impulsar una transformación del sistema, no imponer la obligatoriedad del voto. Obligado es rendir cuentas, cumplir la Constitución y las Leyes; así como garantizar los derechos, sociales, económicos, políticos, medioambientales y culturales, y, sin embargo, entre el dicho y el hecho es enorme el trecho.

Respetar la Función Pública, los procesos instituidos y rendir cuenta son mandatos claros, que pocas veces se cumplen. Además, son frecuente los conflictos de intereses, la violación de las normas para asegurar privilegios a quienes gobiernan o a sus representados; así como los frecuentes casos de incompatibilidades forman un coctel de prácticas corruptas que la gente se niega a legitimar con su voto.

A lo anteriormente expuesto se suma, la violación continua del régimen ético y disciplinario, el incumplimiento al entramado normativo, especialmente aquel que tiene un fuerte sustento constitucional, como el sistema nacional de inversión pública, la Estrategia Nacional de Desarrollo, las cuestiones vinculadas a los mecanismos de participación y aquellas que rigen los ayuntamientos del país. Todo eso, sumado al oportunismo político y a la inobservancia a las normas que rige el sistema político-electoral dominicano.   

Insisto, si la abstención electoral está ratificando el rechazo de la gente a la forma de hacer política de un liderazgo que se coloca por encima de las leyes, la respuesta no puede ni debe ser imponer la obligatoriedad del voto. Y en los países donde el liderazgo político se coloca por encima de las leyes no hay institucionalidad que funcione. El voto razonado, incluye el rechazo de las ofertas electorales que no satisfacen las expectativas del elector.

Claro, los debates entorno al asunto, apuntan a una reforma constitucional, que es la única forma de cambiar la modalidad actual. Por tanto, hablar del tema en un proceso de transición despierta suspicacia. Por eso es extemporáneo plantear la discusión en el período de transición, dada la complejidad e importancia del derecho al sufragio. Los derechos políticos son conquistas, no imposiciones de las élites que tienen el control del poder y ejercerlos es cuestión de voluntad.

Si quienes han propuesto el proyecto de ley, que desde ya es inconstitucional, creen que la solución es esa, encontrarán el rechazo de la sociedad. Se está proponiendo desde un Poder del Estado, que no cumple a medias sus funciones y que ha tolerado en su seno, a personas cuestionadas y juzgadas por vínculos con el narcotráfico y otros delitos. Eso también es tema de discusión.

Tan lejos han llegado con su propuesta inconstitucional, que pretenden eliminar “las ayudas sociales” que dan los gobiernos o impedir el acceso a la función pública, entre otras acciones, a quienes no ejerzan el derecho al voto como se puede leer en esta reseña https://www.diariolibre.com/politica/partidos/2024/06/03/diputados-proponen-quitar-ayudas-sociales-a-quienes-no-voten/2743089.

Los proponentes pretenden atentar contra derechos políticos constitucionalmente garantizado. Claro, ojalá en la reforma constitucional que se avecina se pueda negociar con los legisladores para unificación de las cámaras, la reducción del número de legisladores y eliminar el financiamiento público de las organizaciones políticas y los fondos que reciben del erario para desarrollar actividades ajenas a sus funciones. Después de todo, hablando la gente se entiende.

En una democracia formal electoralista como la nuestra, lo ideal es trabajar para cualificar la representación, activar los mecanismos de participación popular, exigir rendición de cuentas e imponer sanciones drásticas a quienes no lo hagan. Así mismo, es importante que la Junta Central Electoral depure y valide las candidaturas propuestas y que las organizaciones políticas formen a su liderazgo y apliquen sus normas estatutarias.

Es bien sabido, que, aunque la corrupción está proscrita constitucionalmente, en todas sus expresiones, la política está impactada y permeada por ese flagelo. Eso debería preocupar y ocupar al liderazgo político. Si quiere que la gente se motive a participar activamente en la política, tienen que trabajar para corregir y eliminar los males que provocan el creciente abstencionismo.

Parar el abstencionismo exige que la gente se forme cívica y políticamente para que las candidaturas propuestas tengan legitimidad social y solvencia moral probada. Urge que el liderazgo de sociedad civil, organizaciones políticas y la Junta Central Electoral trabajen para modernizar, transparentar e institucionalizar el sistema político-electoral.

El sufragio universal es el mecanismo de legitimación de las autoridades de elección popular y el mejor medio para transformar la institucionalidad democrática. Es el medio más idóneo para fortalecer la cultura cívica y evitar el autoritarismo, pero no puede ser una patente de corso para hacer con el poder delegado lo que plazca. Debe haber mecanismo de revocar el mandato y eso es parte del debate. Hasta entonces, el sufragio debe ser voluntario, nunca una imposición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario