martes, 28 de mayo de 2024

REFLEXIONES SOBRE LOS DESAFÍOS DEL SISTEMA POLÍTICO-ELECTORAL TRAS LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES Y CONGRESUALES RD-2024.

Superar el analfabetismo cívico y político es una forma de cualificar la calidad de la representación. Los liderazgos se forjan en la sociedad y de ahí salen al ruedo político. Si están formados y educados, serán más conscientes de la responsabilidad que asumen.

Las elecciones que finalizan serán recordadas como una de las mejores organizadas de la historia política dominicana. No solo son históricas por el triunfo arrollador del Partido Revolucionario Moderno, PRM, sino también por el reconocimiento rápido de la victoria de quienes le adversaron. Esa muestra de madurez del liderazgo político puede convertirse en un faro de luz para iluminar el tránsito de la democracia formal electoralista a la democracia funcional de base popular.

La Junta Central Electoral concluye con éxitos la última fase de un largo, costoso, complejo y exigente proceso electoral. En febrero del año en curso se desarrollaron las elecciones municipales, caracterizadas por una baja participación, compra de votos, transfuguismo y el reclamo constante de la oposición sobre el uso de recursos públicos para favorecer a candidatos oficialistas.

Una vez concluida las elecciones municipales el proselitismo continuó su galopante carrera hacia las presidenciales y congresuales pautadas para el 19 de mayo. Una larga, intensa y cara campaña electoral fue la antesala de la cita comicial. Cientos de postulantes para un número reducido de cargos. A todo ritmo, se montó el proceso y los resultados favorecieron abrumadoramente al Partido Revolucionario Moderno, PRM.

La parte de la oposición derechista que se nucleó en RescateRD no logró los resultados esperados por sus integrantes. Muchas de las entidades partidarias quedarían fuera del registro electoral al no lograr el porcentaje mínimo requerido para mantener su registro. Las fuerzas progresistas quedaron reducida a la mínima expresión al participar divididas en un contexto que exigía unidad programática. Una vez más, pierden la oportunidad de avanzar en su lucha por conquistar el poder.

La abstención continúa su crecimiento sostenido amenazando la legitimidad de la democracia y la institucionalidad política. La tendencia ascendente debe mover la acción para superar el analfabetismo cívico y político. La Junta Central Electoral pasó la prueba al realizar un proceso exitoso y organizado, aunque con algunos reclamos en un ambiente caracterizado por la polarización entre veteranos políticos, incluidos un expresidente de la República y el presidente actual.

Cabe destacar el rol determinante y protagónico de la mujer en el proceso comicial. La presencia activa en la organización de las elecciones, especialmente en mesas y colegios fue significativamente superior al de los varones.  El liderazgo femenino dio muestra de compromiso cívico, capacidad organizativa e insuperable capacidad de trabajo. Su protagonismo es decisivo, por lo tanto, es tiempo de dejar paso libre a la participación de la mujer en la política.

Las Organizaciones Políticas son las protagonistas de los procesos electorales que se realizan regularmente en República Dominicana. Tienen la impronta de rendir cuentas, cumplir la normativa político-electoral, reorientar sus estrategias políticas, formar su militancia, superar el transfuguismo y combatir el caudillismo mesiánico. Con sus debilidades y fortalezas navegan en el convulso mar de un proselitismo de base clientelar, donde postulantes se disputan la voluntad de una masa electoral caracterizada por un acentuado y creciente analfabetismo cívico y político.  

Independientemente del derecho a elegir y ser elegido, se debe eliminar el reeleccionismo en todos los niveles de gobierno, estableciendo dos periodos consecutivos en cada cargo. Quien logre una reelección inmediata, debe aspirar a otro cargo en los períodos siguientes. El caciquismo es un vicio, que junto al caudillismo y el transfuguismo impiden el desarrollo de líderes emergentes en cada una de las demarcaciones o circunscripciones del país.

Las elecciones en República Dominicana son una especie de zafra donde los operarios del sistema, entiéndase organizaciones políticas, empresariado y Junta Central Electoral se empeñan por organizar lo que ellos llaman “fiesta de la democracia”, un eufemismo que se ha tornado en slogan. Lo cierto es, que las redes clientelares se activan para mover maquinarias partidarias o de grupos de interés que interactúan con el sistema político-electoral.

La automatización de los procesos de escrutinio, la implantación del voto asistido y el voto penitenciario son prácticas que facilitan el ejercicio del derecho al voto, pero hay muchos aspectos que deben mejorar. Con la experiencia adquirida y realizada las evaluaciones correspondientes, se augura un futuro promisorio para estas modalidades. Superar el analfabetismo cívico y político es una forma de cualificar la calidad de la representación. Los liderazgos se forjan en la sociedad y de ahí salen al ruedo político. Si están formados y educados, serán más conscientes de la responsabilidad que asumen.

Es urgente que el país entre en una nueva ola de reformas político-electorales fortalecer la institucionalización y modernización del sistema democrático. Un eje fundamental es el referente a la asignación de escaños. El modelo actual, asume el cuestionado, desfasado y antidemocrático método D’Hondt para la distribución de escaños. Las constantes quejas de quienes pierden curules por las imperfecciones de dicho método obligan a la Junta Central Electoral y a las Organizaciones Políticas a buscar alternativas más funcionales, justas y democráticas.

Los elevados costos de las campañas electorales, el transfuguismo, el clientelismo, el caudillismo mesiánico, el persistente acoso electoral, la corrupción política generalizada, sumado a la incapacidad de la Junta Central Electoral para depurar las candidaturas propuestas por las organizaciones políticas desmotiva a gente con vocación de servicio, solvencia moral probada y legitimidad social a participar en la actividad política. Eso es una seria amenaza a la institucionalidad democrática.

En el Bloque Progresista participaron Patria para Todos y Todas, liderado por el Dr. Fulgencio Severino, Frente Amplio, presidido por la profesora María Teresa Cabrera, y Virginia Antares del Partido Opción Democrática. Al participar dividido, el porcentaje alcanzado es pírrico. Una vez más se pierde la oportunidad de “abrir las puertas de la esperanza” y transformar el formalismo democrático electoralista en una democracia funcional de base popular.

Excusas y pretextos habrán, pero la realidad es que las fuerzas progresistas no han podido articular una alianza alternativa con vocación de poder que canalice las expectativas de los sectores progresistas, socialistas y revolucionarias. A partir de ahora, tendrán que reorientar las estrategias e iniciar un proceso de reinvención que le permita superar los escollos de un sistema clientelar y caudillistas, donde los elevados niveles de analfabetismos cívico y político se combina con una cultura política donde la gente razona poco al momento de elegir.

Como evidencian los resultados oficiales del proceso comicial, la debacle del Partido de la Liberación Dominicana, PLD, y el Partido Revolucionario Dominicano, PRD, empuja a esas entidades a la desaparición. En el caso del PRD, apenas consiguió dos legisladores. Estas bajas contrastan con el ascenso del Partido Fuerza del Pueblo y la consolidación del Partido Revolucionario Moderno, PRM como fuerza hegemónica en el subsistema de partidos de República Dominicana.

Dado que la esencia de la democracia es la participación activa e informada en igualdad de derecho, es indispensable que los procesos electorales se desarrollen en un ambiente de respeto, institucionalidad, tolerancia, legalidad, organización y equidad. Un ambiente donde la ética política sea reglas no excepciones. Claro, bajo el esquema actual es imposible competir con el raudal de dinero que mueven sectores interesados en controlar el poder para defender intereses particulares.

Una democracia no se transforma, ni un sistema político se desarrolla si el liderazgo no cambia su conducta frente a las malas prácticas y asumen el compromiso de cualificar la representación política en los distintos niveles de gobierno. La ciudadanía está reclamando, vía abstención y otras modalidades de rechazo no cuantificadas como el voto en blanco o el rayado intencional de boletas, que los políticos se reencuentren con la ética política.

Concluida la zafra electoral, cabe preguntar ¿estamos ante una democracia de partidos o de ciudadanos? La pregunta puede tener muchas respuestas, pero la realidad es que la democracia dominicana, a pesar de la cantidad de partidos reconocidos existente, no supera el formalismo electoralista. No solo es coja, dado los bajos niveles de participación de la gente, sino que es deficiente y muy costosa. Lo formal, no siempre es legítimo y en la política la legitimidad, apuntala la legalidad.

Transformar la democracia formal electoralista en democracia funcional de base popular, no puede ser solo una utopía, sino un anhelo al que no podemos renunciar, especialmente quienes aspiramos a vivir en un mundo donde la trasparencia, el compromiso ético, la legitimidad social y la solvencia moral probada sean los tributos que adornen a quienes nos representen en la administración pública. Máxime aquellos que son electos por voto popular.

Es necesario que se analice el sistema de doble vuelta para ganar la presidencia y la vicepresidencia de la República. Se hace necesario modificar la normativa que establece el 50% más 1 voto y condicionar, a que sólo haya ballotage si el partido o coalición ganadora no alcanza a superar la segunda por más de 10 por ciento. Logrado ese cambio, se reducirá automáticamente la cantidad de los llamados partidos minoritarios, sin lesionar los derechos políticos de ninguna persona u organización. Así nos acercaríamos a una democracia de ciudadanos, no de partidos.

Transformar la democracia formal electoralista en democracia funcional de base popular, no puede ser solo una utopía, sino un anhelo al que no podemos renunciar, especialmente quienes aspiramos a vivir en un mundo donde la trasparencia, el compromiso ético, la legitimidad social y la solvencia moral probada sean los tributos que adornen a quienes nos representen en la administración pública. Máxime aquellos que son electos por voto popular.

Una democracia de ciudadano exige que el ente responsable de aplicar la normativa electoral sancione drásticamente a quienes cometen delitos electorales o incumplen la normativa que rige al sistema. Aplicar la degradación cívica e inhabilitar a quienes cometan delitos electorales puede contribuir a la prevención de los mismos. La impunidad ante las faltas cometidas en un proceso comicial incentiva su proliferación. Quien delinca que page, no importa el rango, cargo o relación con el Estado. La trasparencia debe imponerse a la impunidad, el secretismo y la opacidad.

Es tiempo de exigir mayor responsabilidad a quienes han hecho de la política su modus vivendi. Las diversas franquicias partidarias deben cuidar el negocio que les mantiene en la palestra. La vida de un político debe ser auténtica, tan clara como el agua potable y referenciada en un liderazgo legitimado socialmente, moralmente probado y con clara vocación de servicio. En la sociedad de la información y la comunicación, hacer política es un gran compromiso.

Tras concluir el proceso electoral, queda servida la mesa para iniciar debates, reflexiones y análisis sobre los retos de la democracia dominicana y del gobierno del Partido Revolucionario Moderno, PRM, encabezado por el Lic. Luis Abinader. El PRM ha obtenido un triunfo convincente, costoso y comprometedor. Tras el logro electoral viene el reto de reinventar el gobierno y lograr eficiencia en las acciones que emprenda.

 La Constitución establece una serie de derechos sociales, económicos, políticos, culturales y medioambientales que no se cumplen, y eso tiene que, con el analfabetismo cívico, con la dispersión de las políticas públicas y con la desidia del liderazgo responsable de su implementación. El período de gobierno que inició el 24 de abril con la juramentación de las autoridades municipales y que se complementa el 16 de agosto del año en curso con la juramentación del presidente de la República y los legisladores tiene una gran responsabilidad.

El complejo contexto internacional y el alto costo de la canasta familiar sumado a los retrasos en los procesos de industrialización y los rezagos en el cumplimiento de las metas pautadas en la Estrategia Nacional de Desarrollo y los objetivos de desarrollo sostenibles obligan al liderazgo político y al gobierno a emplear todas sus capacidades en la búsqueda de los consensos mínimos que le permitan completar esas metas.

En el ámbito municipal, la atomización territorial, la inobservancia de las normas y la falta de trasparencia impiden la consolidación de los procesos de reforma y modernización de los ayuntamientos. La institucionalización de la gestión municipal ha avanzado, pero está lejos de lograr los niveles de legitimidad necesarios para hacer de las mismas, un instrumento de desarrollo. Quedan grandes huecos en materia de trasparencia y eficiencia.

La reforma y modernización en los municipios del país inició a finales del siglo pasado y continua su curso. Es tiempo de evaluar y profundizar eso cambios. Codificar la normativa municipal e instituir la Carrera Administrativa Municipal, socializar los mecanismos de participación social y establecer reglas para revocar las autoridades que no cumplan. De igual forma, eliminar la opacidad conque se manejan los asuntos municipales. La rendición de cuenta y el acceso a la información ejes prioritarios para enfrentar la galopante corrupción que afecta a los cabildos. Para fortalecer la institucionalidad municipal es indispensable capacitar el personal administrativo y empoderar al liderazgo social.

Respecto a la reorganización del Poder Legislativo, la tarea es urgente impostergable. Es tiempo de cualificar de la representación y ajustarla a la realidad socioeconómica del país. Actualmente, el número de legisladores es de 225 de los cuales son 193 diputados (173 normales, 7 de ultramar, 5 nacionales y los 20 del PARLACEN), y 32 senadores. Habrá que evaluar la pertinencia de mantener a 20 congresistas en el PARLACEN, dado que los costos no se traducen en beneficios para el país. A eso se suma que esos cargos son escogidos con métodos pocos transparentes y antidemocrático. No tiene sentido mantener una estructura como la actual visto los bajos niveles de rendimientos. En esa misma línea están los diputados nacionales. Avanzar en esa línea exige compromiso, prudencia y coraje.

En cuanto al Senado de la República, toca al liderazgo político trabajar para reformar y modernizar esa entidad. Los pesos y contrapesos a los poderes deben garantizar la gobernabilidad democrática, la transparencia y la eficiencia. Procede hablar de la fusión de ambas cámaras y crear un congreso unicameral que sirva a la consolidación del Estado Social y Democrático de Derecho. En un Estado Unitario como es República Dominicana, los poderes del Estado se complementan para coadyuvar al cumplimiento de la misión del Estado, no se contraponen como erróneamente creen algunos. La llamada independencia de poderes debe expresarse en el cumplimiento estricto de las funciones de cada poder; en el caso del legislativo esa materia es reprobada y eso justifica su reinvención.

Vista las debilidades de la insitutioncalidad política, los estragos de la corrupción política, los elevados niveles de abstención y los elevados costos de los procesos electorales en el país, la Junta Central Electoral, la sociedad civil y el liderazgo político tienen que trabajar para fortalecer y transparentar al sistema político-electoral dominicano. La prolongada y accidentada historia electoral del país es una fuente inagotable de experiencias que deben ser revisadas para incorporar sus enseñanzas, mejorar los aciertos y corregir los errores.

A modo de conclusión y al margen de los resultados conocidos, cabe destacar el civismo de la gente que concurrieron al proceso recién finalizado y los esfuerzos de la Junta Central Electoral por montar un certamen a la altura de las exigencias. No obstante, el liderazgo político, especialmente el de las fuerzas principales, crearon un ambiente caracterizado por el acoso electoral. Compra de cédulas, promesas y otras prácticas que ponían en riesgo las condiciones para ejercer un sufragio libre, secreto e individual.




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