El análisis que aquí dejo
pretende recoger la experiencia vivida desde el año 2019 al 2021, cuando la
pandemia tuvo sus picos más altos. Lógicamente, abordar una cuestión tan
compleja como la pandemia y sus implicaciones, exige mucho más que una
reflexión empírica. Contar lo vivido ayudará a no olvidar la perturbadora experiencia.
La primera reacción de la gente
fue la incredulidad, tras ella la especulación y la manipulación. El flujo de
información, de todos los calibres se transformó en infodemia. Estar bien
informado exigió más que nunca una búsqueda exhaustiva y una mente ágil para
detectar noticias falsas. La avalancha informativa era perturbadora.
A finales del año 2019, en la
ciudad China de Wuhan salen los primeros casos de infecciones por covid-19.
Inicia la búsqueda del paciente cero y del vector transmisor de la enfermedad.
Especulaciones y acusaciones se hacen cotidianas sobre el posible origen del
virus. Murciélagos y el pangolín son señalados como posibles responsables.
Virólogos y epidemiólogos se rasgan las vestiduras para explicar el potenciar
destructivo de la enfermedad.
“La Organización Mundial de la Salud (OMS)
declaró el brote del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (COVID-19) como pandemia el
11 de marzo de 2020. Desde entonces, la pandemia continúa haciendo estragos, y
las tasas de morbilidad y mortalidad siguen aumentando en todo el mundo”. ONU.
China es la primera en cerrar ciudades
completas con el objetivo de evitar la propagación del virus, pero ya era
tarde. Los países imitaron el gigante asiático y también cerraron. La gente se
refugió en sus hogares y las ciudades quedaron vacías. Parecían muertas sin
ruido, sin gente, sin vida. República Dominicana no fue la excepción. El
Distrito Nacional donde resido, parecía una ciudad fantasma.
Declaratoria de Estado de
Emergencia por varios meses. Toques de queda continuados y represión para
imponer la cuarentena. Calles desiertas, todo cerrado, menos los dispensarios y
consultorios médicos, laboratorios e instituciones de protección social.
Solo circulaba el personal de
emergencia, periodistas, personal vinculado a la salud, la seguridad,
suplidores de alimentos y combustible; así como mensajeros de farmacia y deliverys.
Las familias tomaron medidas e impusieron sus propias normas para entrar a la
casa. En la puerta quedaban los calzados, y el uso intensivo de alcohol quemaba
la piel de las manos. Las mascarillas dejaban huellas claramente visibles.
En las entradas de edificios e instituciones se leían letreros donde se advertía que no se aceptaban personas sin mascarillas. Las instituciones de servicios impusieron políticas restrictivas para el acceso a servicios como bancos, telefónicas, super mercados, transporte público, centros comerciales y mercados. Con todo cerrado, incluido los parques y otros espacios de esparcimiento, el encierro se acentuaba.
En la casa, el encierro sirvió para acercar a las familias, pero acentuó el uso de equipos electrónicos y muchos dicen que la violencia intrafamiliar creció. El estrés que provocan largos periodos de encierro tensa las relaciones y genera conflictos. Otros aprovecharon para leer, escribir y reflexionar sobre asuntos diversos.Mientras todo eso sucede, la
enfermedad se expande, los contagios aumentan y las muertes se incrementan. El
personal médico desarrolla una guerra sin cuartel contra la enfermedad. La
gente se enferma y muere, dejando luto, dolor, tensión. estrés y preocupación
en las familias. La gente empieza a exigir libertad y empieza a romper la
cuarentena. Las autoridades intentan mantenerla por la fuerza. La cuerda se
tensa y los gobiernos comienzan a flexibilizar.
La parálisis de las actividades
productivas, especialmente en los centros urbanos, corroen las bases de la
maltrecha economía familiar. El panorama se complica, con la especulación y
agiotismo. Los gobiernos crean programas para socorrer a los grupos
vulnerables, pero el impacto de la parálisis económica es demoledor.
La pandemia llega en un contexto
económico internacional caracterizado por altos niveles de pobreza y
desigualdad. El modelo capitalista, marcado por el consumismo y la
obsolescencia programada, dejan fuera a grandes conglomerados. La crisis del
capitalismo estaba en su punto crítico y la pandemia le sirvió de excusa, pero
también de catapulta.
El capitalismo depredador ha
encontrado en la Covid-19 una excusa para escudar sus fallas. La creciente
pobreza y la desigualdad imperante son productos de las políticas neoliberales
y de la avaricia de las élites que colocan las cosas por encima de la gente.
Lo cierto es que el capitalismo
estaba en crisis cuando llegó la pandemia, siguió en crisis y estará en crisis
cuando decreten superada a la enfermedad. El quiebre ha obligado a subir tasas
de interés, reducir políticas sociales, aumentar impuestos y utilizar la guerra
económica como instrumento de control.
El declive del poder del dólar
se hace evidente, mientras otras monedas entran a los mercados de divisa.
Economías emergentes como China, India, Rusia, Irán, entre otras, buscan formas
para salir de las garras del dólar estadounidense, mientras el Fondo Monetario
Internacional y otras entidades recetan modelos para mantener viva la esencia
del llamado Consenso de Washington.
Estados Unidos como centro del
capitalismo mundial viene arrastrando crisis cíclicas desde principios de siglo
y no se ve salida a las mismas. El neoliberalismo instalado en tiempos de
Ronald Reagan y el expansionismo estadounidense han provocado un incremento
sostenido de la pobreza y la desigualdad. La onda expansiva de esa crisis
impacta a sus socios en Latinoamérica y el mundo.
Expoliados por la pandemia de
covid-19, millones de seres humanos cayeron en pobreza y otros tantos ahondaron
esa condición. La desigualdad se acentuó durante la pandemia. La pandemia
desnudó al modelo neoliberal y dejó ver las miserias que produce, pero también
mostró que la llamada estabilidad macroeconómica, la economía del derrame y el
crecimiento no son suficiente para superar la pobreza y reducir la desigualdad.
Tal es la crisis del capitalismo
depredador, que los propios defensores de los capitalistas expresan sus dudas
sobre supuestos básicos que sustentan el modelo. Tal es el caso de Joseph
Stiglitz, quien sacó una obra donde propone “salvar el capitalismo
del capitalismo mismo”. En su libro titulado “Capitalismo Progresista”,
analiza los factores que han provocado el declive de los Estados Unidos y
plantea estrategias para detener el colapso.
Al llegar la pandemia, Estados
Unidos estaba en serios aprietos políticos, económicos e institucionales, donde
republicanos y demócratas se tiraban cajas y cajones. La llegada de la covid-19
agudiza las contradicciones y deja ver los huecos del sistema de salud y la
incapacidad para hacer frente a la crisis.
Mientras la pandemia de Covid-19 hacía estragos en la salud física y mental de la humanidad, el capitalismo se recapitalizaba, aprovechando las medidas que tomaron los diversos gobiernos para contrarrestar la enfermedad causada por el Sar-Cov-2.
El rol del Estado surge como el
garante de servicios públicos y financiador de diversos proyectos de
investigación. Todo el aparato estatal se activa para enfrentar la
contingencia. El sector privado saca sus garras e incentiva la especulación y
la desinformación para incrementar sus ganancias con la venta de todo tipo de
productos.
Bancos, casas remesadoras,
empresas tecnológicas, farmacéuticas, procesadoras de alimentos, industria de
insumos médicos, laboratorios clínicos, consultorios y centros privados de
salud, entre otras, sacan enormes ganancias. El capitalismo, en su dinámica
mueve sus resortes e impone las reglas del mercado a cualquier producto.
En República Dominicana, la
cuarentena afectó actividades estratégicas para la economía como el turismo y
los negocios vinculados a éste. El impacto se mitiga con el ingreso al país de
remesas y la asistencia social provenientes de instituciones estatales. Aun
así, los efectos marcaron las políticas sociales y obligaron a reorientar la
inversión pública.
El miedo al contagio se combinó
con el encierro colectivo impuesto por gobiernos en todo el mundo y los
prologados períodos de cuarentena impactaron en la psiquis colectiva y generando
desesperación en amplios sectores de la población. Los emporios mediáticos y
las élites empresariales accionaron juntas para magnificar el impacto de la
pandemia. La infodemia se impuso como tendencia y la difusión de noticias
falsas se hizo pandémica.
El protagonismo de los
ministerios de salud, se hizo costumbre, leyendo datos del seguimiento a la
pandemia que alimentaban la ansiedad y perturbaban la tranquilidad de la gente
en su encierro físico y emocional. Pese a las advertencias de especialistas en
conducta y comportamientos humanos, el bombardeo informativo se imponía.
Se recuerda que la Organización Mundial de la Salud, OMS, declaró la pandemia de covid-19 en y desde entonces, los gobiernos se dedicaron a diseñar e implantar políticas de prevención y contingencia, que incluyeron cierre de ciudades, imposición de uso obligatorio de mascarillas, distanciamiento físico, y posteriormente vacunación obligatoria, a partir de los 18 años. El cuadro que pintaba la OMS y ciertos medios era aterrador.
Las campañas de la OMS y el programa COVAC, implementado
generó más expectativas que las soluciones que aporto. El propósito de
garantizar mayor equidad en la distribución de las vacunas no se completó como
fue diseñado. La voracidad del mercado impuso lógica y la especulación emergió
con fuerza de huracán.
Acaparamiento, corrupción y falta de
transparencia crearon distorsiones e impidieron el acceso a países y regiones
empobrecidas. El incremento en la demanda de vacunas, medicamentos, pruebas de
laboratorios e insumos dispararon los precios y la especulación puso su parte.
Enfermar de covid-19, implicó grandes gastos para las familias.
Durante el 2020, grandes
farmacéuticas e institutos de investigación, con apoyo y financiamiento
público, entran en una alocada carrera para conseguir vacunas que ayuden a
prevenir la catástrofe. Se logran avances significativos en tiempo récord y
empiezan a realizarse experimentos en varios países.
La desesperada búsqueda de
vacunas y antídotos se acelera y China, donde surge la enfermedad, crea la
vacuna Sinovac. La Federación Rusa crea Spunik V y Estados Unidos desarrolla
Moderna, Pfizer, Bion-Tech, Jonson and Jonson, entre otras. Irán crea la suya y
Cuba crea varias. Inicia así la “Diplomacia de las Vacunas”.
La gente empieza a superar la
manipulación de quienes detractan las vacunas, presionada por los gobiernos y
las entidades mundiales que orientan en tiempos de pandemia. Las cifras de
muertos e infectados se incrementan, y con ellas la paranoia colectiva.
Saludar, abrasarse o estar cerca se convierten en delito. Las relaciones
humanas se ejercían vía redes sociales en videoconferencias familiares o
videollamadas.
Se dispuso distanciamiento
social, cuando debió ser distanciamiento físico. Las perturbaciones en las
relaciones interpersonales y la falta de afectos agravan la condición de la
gente. Muchos enfermos mueren solos en las famosas Unidades de Cuidados
Intensivos, UCI. La intubación se hizo regla y miles de personas fallecieron en
ese procedimiento. Los rígidos protocolos instituidos impedían que pacientes
tenían interactuaran con sus familias.
Desarrollar, vender y comprar
vacunas se convirtieron en prioridad para los gobiernos del mundo, pero no
todos tenían las mismas oportunidades de acceso ni los recursos para
adquirirlas. Surgen problemas de logística para la distribución, falta de
transparencia, retrasos en la entrega y las acciones de grupos antivacunas
desafían las estrategias implementadas por los gobiernos. Las vacunas que
debían ser un bien público, se convierten en un gran negocio y recurso
geoestratégico.
Vacunación
masiva fue la consigna. El negocio pasa a mayores con
la compra de vacuna por los gobiernos. Los costos de los medicamentos,
especialmente aquellos que tenían potencial para enfrentar la enfermedad. Los
laboratorios clínicos se activan y los costos de estudios, pruebas y análisis
se convierten en práctica cotidiana. Se imponen las pruebas como requisitos
para acceder a lugares y a ciertos servicios.
La especulación y la escasez inducida
crearon pánico y la gente se volcó a comprar cosas que, en teoría, ayudarían a
mitigar el impacto de la perturbadora enfermedad. Tras el avance de la
pandemia, mediante sofisticados mecanismos de manipulación y un torrente de
mensajes en redes sociales, la histeria se hizo colectiva.
Las tecnologías de la
información y la comunicación juegan un rol protagónico para ayudar a mitigar
el impacto del encierro y garantizar la continuidad de las actividades
cotidianas. Muchos servicios se virtualizan. La educación a distancia encuentra
un fuerte apoyo. Las plataformas tecnológicas se imponen como espacios de
socialización.
La docencia virtualizada, logra
grandes avances en desmedro de la calidad del proceso de aprendizaje. Salen a relucir la magnitud de la brecha digital y la gente
aprende a impartir y recibir docencia al calor del debate sobre la eficiencia
de los Espacios Virtuales de Aprendizajes y la seguridad de las plataformas. Google
Meet, Microsoft Teams y Zoom sirvieron para crear “aulas virtuales”.
Las redes sociales también
aportan. Se destacan Telegram, WhatsApp, Twitter, Instagram, entre
otras. A través de ellas, no solo se socializa, sino que se organizan charlas,
conferencias, cursos y otras actividades de socialización. Se sabe que la
interacción social es fundamental en las relaciones de poder exigen afectos y
proximidad.
La revolución tecnológica creció
y mostró su potencial. Lógicamente, mucha gente queda fuera del alcance de
estas facilidades y la intimidad queda mermada, dado vulnerabilidad en la
gestión de información y la falta de normativa que regule el uso que pueden
hacer las empresas tecnológica de los datos de los usuarios.
Cerca de ocho mil millones de
personas se encierran, en lo que algunos han llamado un “experimento social”,
marcará para siempre a las generaciones que padecieron y sobrevivieron a la
pandemia de covid-19. Familiares, amigos y allegados no podrán leer esta
reflexión porque se adelantaron en el viaje hacia la muerte al no resistir el
impacto del virus.
Manipulación y desinformación se
combinaron alimentar la infodemia, inducir miedo y minar la confianza de la
gente en la capacidad de los gobiernos para dar respuestas oportunas a la
demanda de servicios públicos. Desconfiar en la efectividad de las vacunas se hizo
norma, ya que mucha gente vacunada enfermó, algunos varias veces. Eso acentuaba
la desconfianza. La llamada inmunización de rebaño tampoco se produjo como
había predicho especialistas y autoridades.
Describir lo vivido es una
oportunidad para recrear momentos relevantes de la pandemia puso en jaque a la
humanidad. Desde República Dominicana, la situación pandémica se vivió
intensamente e impregnó un sello distintivo al período comprendido entre 2019 y
2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario