"Los Estados Unidos parecen
destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la
libertad". Simón Bolívar.
Los últimos 10 años del siglo pasado forjaron un
liderazgo que revivió la esperanza en la
superación del anquilosado y corrupto modelo capitalista neoliberal. Esa
cosecha empezó a dar frutos cuando a partir del año 2000 ascienden al poder
gobiernos de corte progresista.
En 1999 gana la presidencia de Venezuela Hugo
Rafael Chávez Frías, quien había participado en un levantamiento militar el 4
de febrero de 1992. Tras esta acción fue apresado y liberado 2 años después.
Fortalecido en su liderazgo, entra con fuerza a la arena electoral con el
MR-200, que luego se transforma en una maquinaria invencible que derrotó a las
fuerzas oligarcas e impuso una agenda que contemplaba entre otras cosas la
refundación del Estado venezolano, dotándolo de un nuevo marco constitucional,
vía Asamblea Constituyente.
Aunque Hugo Chávez llegó al poder utilizando el
mismo sistema electoral utilizado por las derechas. La oposición política le
declaró la guerra y nunca reconoció méritos al gobierno bolivariano. A tal
punto llegaron las tensiones que en el año 2002, es oligarquía golpista,
asociada al poder intervencionista de Estados Unidos. Tras secuestrar al
presidente Chávez, instalaron a Pedro Carmona, un presidente títeres que fue
reconocido por los socios de USA en OEA.
De inmediato se activaron las fuerzas populares de
Venezuela y salieron a reclamar el retorno de su presidente. Enfrentando una
férrea y perversa campaña de desinformación, que entre otras cosas, afirmaba
que Chávez había renunciado, pasaron a la acción para restaurar a Chávez y
echar a los golpistas usurpadores.
El bravo pueblo,
unido a la oficialidad joven, devolvió Hugo Chávez al poder. Los sucesos
de abril del año 2002 ahondaron las contradicciones entre las fuerzas del
socialismo bolivariano y el conservadurismo proimperialista. La tendencia
golpista se mantiene activa desde entonces.
Nunca han reconocido a los gobiernos bolivarianos
ni la institucionalidad democrática propiciada por éste, incluyendo una
refundación del Estado Venezolano, vía Asamblea Constituyente que amplio las
bases del sistema político y fortaleció la democracia creando nuevos mecanismos de participación y
representación popular.
Tras la intentona de 2002, Chávez y su equipo plantearon el
modelo de Socialismo Bolivariano o Socialismo del Siglo XXI e inician un proceso de reconstrucción del poder desde abajo, desde el centro del pueblo, creando comunas y otras entidades de representación popular en barrios y parroquias.
Los logros son evidentes. Cabe destacar la
superación del analfabetismo, recuperar y nacionalizar la industria petrolera,
democratizar y mejorar la calidad de la educación, establecer políticas de
inclusión social y desarrollar una vasta agenda de integración. Además, se
adecenta la administración pública y se recompone el modelo productivo.
Venezuela entra en una fase de transformación en
correspondencia con los proyectos de otros gobiernos progresistas de la región.
Cuba, Nicaragua, Brasil, Argentina, Bolivia, Honduras, Paraguay y Uruguay
avanzaban en la consolidación de un modelo político de orientaciones
progresistas unos y los emblemas revolucionarios del Siglo XX.
Veinte años de gobierno bolivariano, más de 20
procesos electorales con uno de los sistemas mejor valorado del mundo. Cabe
recordar que en 2003 Jimmy Carter dijo que era el mejor sistema electoral del
mundo. Aun así, una buena parte de la oposición, se niega a aceptar las reglas
del juego democrático y ha escogido la violencia golpista para buscar el poder.
El recelo de Estados Unidos con respecto a los
citados avances; así como los sistemas de alianzas gestado por el movimiento
progresista y revolucionario creció y buscó alianzas con sectores oligarcas de
la región. La idea era salir de los gobiernos incómodos para USA, utilizando
para ellos todos los medios que fueran necesario, incluidos mecanismos de
guerra híbridas u aplicando el “Manual de Golpe Suave” elaborada por Gene
Sharp.
A 20 años del ascenso de Chávez, y con Nicolás
Maduro como presidente de la República
Bolivariana de Venezuela, el panorama ha dado un giro dramático, tras el hecho
insólito de un diputado, salido del mismo proceso comicial efectuado el 20 de
mayo de 2018 se ha proclamado “presidente”, desconociendo el gobierno legítimo
y legal de Nicolás Maduro.
Juan Guidó, quien dice representar a la oposición
se autoproclama presidente y de inmediato es reconocido por el gobierno de
Estados Unidos y sus socios en OEA y la UE. Violentando todas las normas del
derecho internacional y la diplomacia, EE.UU. que mantenía un acoso continuo al
gobierno bolivariano, intensificó su ofensiva e impuso un embargo económico que
incluye la congelación de activos, boicot comercial y descaradamente se ha
apropiado de la empresa CITGO propiedad de la Estatal Petrolera de Venezuela
(PEDEVESA).
Tras el reconocimiento de Juan. Guaidó como "presidente interino de Venezuela"
por el eje golpista que encabeza Estados Unidos junto al Grupo de Lima se abre un nuevo
capítulo en la forma de ascender al poder mediante el desconocimiento de
gobiernos desafecto a ciertos grupos de intereses. Ya verán las consecuencias si se concreta
esta nueva modalidad de golpe de Estado. El futuro de la democracia formal
electoralista es incierto.
La República Bolivariana de Venezuela ha
desarrollado una institucionalidad política y un sistema electoral que ha sido
elogiado por connotadas figuras de la política internacional como el
expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, quien en 2003 lo describe como el
mejor sistema electoral del mundo. Con ese sistema se han montado 25 procesos
comiciales de los cuales la oposición sensata y responsable ha ganado solo dos.
A pesar de los avances e institucionalización del
sistema político venezolano y las victorias convincentes del socialismo
bolivariano, la oposición, sobre todo la más radical no acepta ni respeta
resultados. Han adoptado la línea de la confrontación callejera para enfrentar
el proyecto bolivariano. El protagonismo lo han asumido Enrique Capriles,
Leopoldo López, Liliam Tintori, Julio Borges, Corina Machado y Ramón Ramos Allup y su último
producto, que es Juan Guidó, entre otros.
Tras una serie de procesos electorales Juan Guaidó,
diputado escogido en las elecciones de 2015, desconoce los resultados al gobierno
de Nicolás Maduro se autoproclama en enero pasado como “presidente interino”,
en franca violación a la Constitución Bolivariana. Guaidó un “presidente
probeta”, echo en laboratorios de la CIA y el Mossad para dar continuidad al
plan golpista de la oposición violenta de Venezuela.
Al coro golpista se ha unido Luís Almagro y un
grupo de presidentes de corte conservador autodenominado como “Grupo de Lima”.
Haciendo línea con el gobierno de Estados Unidos que encabeza Donald Trump han
impuesto una serie de medidas para acorralar y asfixiar al gobierno
bolivariano. Tan lejos han llegado que el Consejo de OEA sacó una resolución
que desconoce las elecciones, llama a nuevas elecciones e declara ilegítimo al gobierno
constitucional de Venezuela. Una acción nunca vista en la historia política
latinoamericana.
Una nota a destacar, es el papel desempeñado por la
Asamblea Nacional electa en 2015 que adoptó como línea de trabajo el
derrocamiento del gobierno de Nicolás Maduro, violando la Constitución y el
orden democrático establecido. Basado en la supuesta ilegitimidad del gobierno,
activaron mecanismo de lucha callejera conocidas en Venezuela como Guarimbas.
Con esas acciones, apuntalado con una estrategia mediática apoyada por USA
pretendían lograr el derrocamiento del gobierno.
La respuesta
del gobierno fue activar el mecanismo de Asamblea Constituyente, tal y como
establece la Constitución Bolivariana de 1999. El objetivo era estabilizar el
sistema político y garantizar la paz en el país. Esa Asamblea Constituyente
convoca a elecciones y sale ganador Nicolás Maduro Moros con más de 5 millones
de votos. En las elecciones participaron 4 candidatos.
La Asamblea Nacional, declarada en desacato por la
Sala Constitucional, ente responsable de velar por el cumplimiento de la Constitución;
al usurpar funciones cae en la ilegalidad. Es el cuadro que se pinta y que
agudiza las contradicciones entre grupos de oposición, dado que la mayoría no
está de acuerdo con los métodos de la oposición violenta.
Esa oposición sensata y responsable es la que debe
asumir las riendas del liderazgo para preparar un proyecto político que le
permita avanzar hacia el poder y cohabitar con el gobierno bolivariano para
garantizar gobernabilidad y proteger la soberanía. Redefinir eses escenario y
echar a caminar las capacidades de las derechas liberales. Separarse de la
facción violenta y golpista ayudaría a la oposición liberal a retomar la senda
de la razón.
Si la oposición política no se compromete a
respetar la institucionalidad y el mecanismo democráticos de renovación de
liderazgos mediante procesos electorales y si carece de estructura política,
plataforma programática, doctrina definida y compromiso, difícilmente encuentre
el camino hacia el poder.
Oponerse al proyecto bolivariano, implica tener una
propuesta alternativa y es evidente que la oposición no ha sido capaz de crear
un programa político que supere al proyecto bolivariano. La confrontación no es
la opción que dará estabilidad y legitimidad a la derecha; sea esta, liberal,
radical o moderada.
Del lado del gobierno bolivariano, las opciones son
claras: profundizar las políticas de inclusión social, mejorar el modelo
productivo, ampliar las bases del socialismo bolivariano, consolidar las
transformaciones en la educación, fortalecer los vínculos con el movimiento
popular y reforzar las alianzas a nivel internacional.
El momento actual exige establecer una ruta para
caminar hacia la paz y la estabilidad en la región. Desmontar la matriz
mediática desestabilizadora, romper el cerco diplomático y superar el bloqueo
económico requiere acciones puntuales que involucran a otros gobiernos
progresistas. La arremetida de la derecha se contrarresta con la unidad y la
solidaridad de quienes defienden la paz en el mundo.
El empuje imperialista obliga a establecer alianzas
para enfrentar el bloque hegemónico y reforzar la estrategia diplomática. Los
mecanismo de guerra híbrida aplicada en Venezuela y la cruzada contra el
socialismo anunciada por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump
obliga al progresismo y al movimiento revolucionario a replantear la estrategia
de vinculación con los movimientos sociales.
El gobierno norteamericano ha asumido el tema de
Venezuela como un señuelo para imponer sus caprichos en la región y el
socialismo como bandera para apuntalar el proyecto reeleccionista de Donald
Trump. Sus halcones, gásteres y chacales están operando abiertamente en
Latinoamérica en complicidad con gobiernos como el de Colombia, Brasil,
Argentina, Chile y todo autodenominado “Grupo de Lima”.
Hay que aclarar que el Grupo de Lima carece de base
jurídica y de reconocimiento internacional. Opera desde lo interior de OEA y
cuenta con el apoyo incondicional del gobierno de Estados Unidos. Está
integrado por gobiernos de derecha y ultraderecha que se oponen abiertamente a
los proyectos progresistas y revolucionarios de América Latina y El Caribe.
De tener éxito, con el ensayo golpista en
Venezuela, entraríamos en una fase de confrontación ideológica a imagen y
semejanza de la Guerra Fría. El discurso de odio y despreció del gobierno USA,
la complicidad de gobiernos conservadores y las matrices mediáticas de
desinformación promovida por las grandes cadenas noticiosas, junto al activismo
en redes sociales de grupos radicales incentivan las acciones de los grupos
violentos auspiciados por la oposición.
A todo lo antes mencionado, hay que agregar la
crítica situación económica que padece Estados Unidos y las dificultades que ha
tenido su ejército en Oriente Medio. Eso implica, un retorno del imperialismo a
Latinoamérica. Dada la conocida visión que tiene USA y el mdus operandi con respeto a América Latina y El Caribe se espera un
incremento en las tensiones.
La remilitarización Norteamericana de América
Latina y El Caribe, el ascenso político del conservadurismo, el repliegue de
las fuerzas progresistas y revolucionarias, la incursión de movimientos
políticos de corte religioso junto a las dificultades económicas plantean un
reto para el liderazgo latinoamericano. Un tenso y complejo panorama que exige
mucho más energías y recursos que los pueda disponer el progresismo y el movimiento
revolucionario. De ahí la importancia de cohabitación y la unidad de las
fuerzas políticas que apuestan a la paz, la solidaridad y el desarrollo integral
de los pueblos.
Un escenario de guerra latente con Estados Unidos
es promovido abiertamente por sectores, intolerantes, antidemocráticos,
ultraconservadores y contrarrevolucionarios. Desmontar esas pretensiones es una
tarea colosal que pasa por la superación del fanatismo y el analfabetismo
político impuesta a la región vía los productos culturales promovidos desde
USA, tanto a través de los medios, las redes sociales como por vías de los
modelos educativos.
Lo ideal y deseable sería que Estados Unidos asuma
una línea de política exterior basada en el respeto a la soberanía y la
autodeterminación de los pueblos. Una política que ponga en centro el interés
colectivo de los pueblos latinoamericanos y caribeños, no el interés particular
de USA. Claro, eso pasa por la transformación de Estados Unidos en un Estado
que actúe en igualdad de condiciones con los demás Estados. Un Estado que
supere la vocación guerrerista e injerencista y asuma la cooperación el respeto
y la solidaridad como eje central de su política exterior.
La historia del Siglo XX deja pocos espacios para
esperar un cambio en la visión de Estados Unidos en América Latina y El Caribe.
Recordemos la cantidad de golpes de Estado, invasiones, sabotajes, apoyo a
dictaduras, acciones terroristas, acoso, asesinato, represión saqueo, en fin
abusos de todos tipos. Esperar cambios en un país pentagonizada y de vocación imperialista
es una utopía pero no se puede perder la esperanza en la capacidad de los
pueblos para reinventar sus sistemas políticos y superar las visiones
retrógradas de sus gobiernos.
Ojalá el pueblo norteamericano se tomar la molestia
abrir los baúles de la historias para sacar de allí las enseñanzas que le
ayuden a entender la historia de luto, terror, saqueo y muerte cometidos en su
nombre por los gobiernos norteamericanos a lo largo de la historia. Desde la
doctrina del Destino Manifiesto hasta hoy, la historia de USA en América ha
estado marcada por una visión colonialista, a tal grado, que han etiquetado a
la América Morena como su “patio trasero”.
Si el pueblo norteamericano que es quien paga
impuestos para financiar las operaciones militares que ejecutan sus gobiernos y
aporta los hombres y mujeres que implantan las mismas, no se levanta y levanta
la bandera de la paz queda como cómplice de tales atrocidades. Es tiempo de que
el pueblo USA haga su parte y ponga orden a sus gobernantes.
No es posible que sea el pentágono y los servicios
secretos quienes gestionen la soberanía. Esa es una atribución exclusiva de los
pueblos que se ejerce y se defiende. No actuar les compromete con las acciones
guerreristas e injerencistas que ejecutan los gobiernos de Estados Unidos. El
voto es un recursos y las elecciones un mecanismo que le permite avanzar pero
deben trasformar el modelo político para abrir brecha en el camino en el
rediseño del modelo político que les oprime.
Estamos en una fase crítica, dado que USA insiste
en imponer por la fuerza un modelo contrario a las aspiraciones de los pueblos
latinoamericano. Ahora es Venezuela, a quienes le han aplicado una estrategia
de “Guerra Híbrida” que ha colocado al país al borde de una guerra abierta con
USA.
Esperemos que no pero las condiciones están dadas
para una confrontación bélica de consecuencias impredecible. Las pretensiones
del gobierno norteamericano son claras y han sido promovidas por personeros
como Eliot Abram, John Bolton, Mike Pompeo, Mike Pence, Marcos Rubio entre
otros.
Contra el gobierno bolivariano se han probado todos
los recursos del golpismo que auspicia Estados Unidos. Solo les queda la
agresión directa vía una intervención armada. Usaron el bloqueo económico, la
manipulación mediática, la deslegitimación del gobierno bolivariano, el cerco
diplomático, desestabilización política, guerra psicológica y acoso mediático.
Han llamado abiertamente al golpe de Estado.
Llama la atención como gobiernos latinoamericanos
se han plegado a la propaganda guerrerista de Estados Unidos. Tal es el caso
del gobierno de Colombia, que ha prestado su territorio para la instalación de bases
militares de USA. Algunos dicen que por lo menos 9 bases militares se han
instalado en territorio colombiano. Colombia tiene más de 50 años de guerra
interna, con altísimos índices de violencia social y política,
narcoparamilitarismo, movimientos guerrilleras activas, proceso de paz
empantanado, desigualdad, pobreza, exclusión social, entre otros males.
Esa es la Colombia que hay que reencausar y las
acciones entreguista de su presidente Iván Duque no se orientan en esa
dirección. Al contrario, al plegarse a las políticas agresivas del imperialismo
se colocan en la línea de la confrontación. Que Colombia sirva de plataforma
para atacar a Venezuela que protege, da alimentos, espacio, seguridad, cobijo y
protección a millones de ciudadanos de Colombia es algo incomprensible e
intolerable.
Pocas veces se ha visto en la historia que
presidentes de otros países pidan abiertamente la destitución de un gobierno
electo por voto popular. Ese ha sido el camino que ha escogido el
autodenominado Grupo de Lima. De las tensiones y roces diplomáticos han pasado
a la intervención abierta y directa. Violentan olímpicamente el tratado
internacional y principios que rigen el derecho internacional.
La respuesta mundial a la política intervencionista
e injerencista de Estados Unidos y sus socios ha sido unánime. El contundente
rechazo a las acciones desestabilizadoras auspiciada por USA y sus socios deja
claro que el mundo no tolerará acciones que traigan a América y El Caribe el
tenebroso panorama que han vivido recientemente Siria, Yemen, Palestina, Libia,
Irak y Afganistán.
Juan Guaidó, el “presidente probeta” se
ha colocado del lado equivocado de la historia y pasará a la historia como
villano. Al desconocer el gobierno y el orden institucional se coloca al margen
de la ley. Procede que la justicia venezolana lo declare prófugo y emita una
orden captura internacional. Usurpa el poder, llama a la guerra e insiste en
pedir una intervención internacional. Bien puede ser acusado de alta traición a
la patria.
Ante el cuadro descrito, se ha evidenciado la
funcionabilidad del mecanismo y dispositivos que sustentan las bases del
derecho internacional. Entidades como la Organización de los Estados
Americanos, OEA, la Unión Europea, UE; y, hasta la Organización de las Naciones
Unidas, ONU ha visto impotente como se estrujan los principios que la
sustentan.
El mundo ha optado por el multilateralismo pero
Estados Unidos se resiste a aceptar su papel de potencia en declive. El auge de
China y los evidentes avances de la Federación Rusa ha obligado a USA
replantear su estrategia geopolítica y eso explica, en parte, su vuelvo
violento hacia América Latina tomando a Venezuela como señuelo. Inmerso en una
guerra económica con el gigante asiático y altamente endeudado, se convierte en
una especie de bestia herida que da los últimos zarpazos antes de morir.
Así de complejo es el escenario actual. Lo de
Venezuela es solo una muestra de lo que veremos si Estados Unidos no da un giro
político que reencause a esa gran nación por las sendas de la justicia social.
Anima ver que ya se habla abiertamente de socialismo aunque las intenciones
sean etiquetar la propuesta que encabeza el veterano senador demócrata Bernie
Sanders.
En Venezuela debe darse un proceso de diálogo
franco, abierto y comprometido donde la oposición sensata entienda que la
democracia se basa en reglas que sirven de soporte a un pacto social donde los
poderes públicos se convierten en garante de los derechos civiles y políticos.
Esos diálogos deben producir un autoreconocimiento de las partes. Las facciones
violentas de la oposición deben deponer su actitud golpista y someterse al
orden constitucional.
Lograr la paz y la estabilidad en Venezuela,
implica derrotar la matriz mediática que incita a la violencia y la
intolerancia de la oligarquía golpista que promueve odio entre los pueblos. El
dialogo es el camino y la paz es fin. Rechazar la violencia y respetar la institucionalidad para construir un pacto social basado en la ética política y la cohabitación ideológica.
Las pretensiones de los Estados Unidos son claras: sacar del poder al socialismo bolivariano para apuntalar su proyecto neocolonialista en América. Apoderarse del petróleo venezolano y otros recursos naturales, incluido metales que son claves en la industria militar y determinante para la deteriorada economía USA. La respuesta debe ser la unidad contra la embestida neconservadora del capitalismo depredador.
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