La
democracia, ya sea como modelo ideal o sistema político no se puede desarrollar
sin el concurso de una ciudadanía políticamente alfabetizada, activa y responsable. Para
transformar el formalismo democrático en democracia funcional es necesario una
repolitización de la ciudadanía para que asuma sus deberes y exija sus
derechos. Fortalecer la cultura política y el civismo para incidir en los
procesos políticos es una tarea que exige compromiso, dedicación, confianza,
formación, educación y referencias creíbles.
Los
partidos, las agrupaciones políticas y movimientos políticos continúan siendo la principal vía de
canalización de las demandas políticas, económicas, sociales o culturales;
compartiendo ese rol con las organizaciones de la sociedad civil. Sin embargo,
a pesar de la alta participación electoral de los dominicanos en las
elecciones, hay un ejercicio poco razonado del voto. Los efectos del
clientelismo y la mercantilización de la actividad política se evidencian y se
renuevan en cada proceso electoral.
La apuesta
de los mercaderes de conciencias, que promueven y ejecutan acciones
clientelares, es hacer de la pobreza y las carencias colectivas el insumo
básico para su accionar en política, haciendo ver este vicio como una virtud
que sólo ellos pueden ejercer. Ignoran los procesos de cambios institucionales,
el sistema político social y la sociedad imponiendo su perversa lógica
mercantilista.
El siglo
XXI debe ser aprovechado para dar el salto que coloque a la República
Dominicana en la senda del desarrollo integral. No es posible desenvolverse en
la actualidad con los mismos métodos del siglo pasado. La luz tiene que llegar
a la mente de los hombres y mujeres que dirigen las instituciones del país para
superar las debilidades propias de los sistemas clientelistas.
El sistema
democrático actual luce atrapado en los vicios del formalismo democrático,
incluido el clientelismo político, como rasgo distintivo de la cultura política
dominicana. La democracia formal se estanca y queda como una fachada en la que se
escudan politiqueros y traficantes de promesas envueltas en prácticas
clientelares y el asistencialismo. Se observan algunos visos de desarrollo e
institucionalización, pero distan mucho de las aspiraciones colectivas.
La
corrupción política, la iniquidad y la exclusión sólo se podrán superar cuando
los intereses políticos y sociales converjan en pactos que sean respaldados por
un orden institucional, democrático y participativo de los actores políticos,
económicos, sociales y culturales. Contra esto debe imponerse la virtud del
buen vivir expresado a través de la vocación de servicio colocando a la gente
en el centro de su accionar ¡Vivir para servir, servir para vivir!
Actualmente, la política está amenazada por las tendencias que apuestan a su deslegitimación. Para reforzar esa matriz, sectores interesado, neutralizan los mecanismos de control político para tras la debacle, operar instrumentos jurídicos que ponen en riesgo los derechos civiles y política. Esa judicialización de la política ha dejado huellas negativas en varios países, especialmente en aquellos donde gobiernos progresistas dieron pasos para restaurar la política y colocarla al servicio de la gente.
Actualmente, la política está amenazada por las tendencias que apuestan a su deslegitimación. Para reforzar esa matriz, sectores interesado, neutralizan los mecanismos de control político para tras la debacle, operar instrumentos jurídicos que ponen en riesgo los derechos civiles y política. Esa judicialización de la política ha dejado huellas negativas en varios países, especialmente en aquellos donde gobiernos progresistas dieron pasos para restaurar la política y colocarla al servicio de la gente.
A los vicios tradicionales de la democracia formal electoralistas se suman el chantaje,
soborno, cohecho, nepotismo, tráfico de influencias, complicidad general e
impunidad que son lacras que corroen los cimientos de la convivencia social y en
política, destruyen la capacidad y confianza de las organizaciones políticas
para canalizar las inquietudes y demandas de la sociedad. Grande es el reto
pero hay que afrontarlo con carácter y decisión.
Es a las
organizaciones políticas y a los grupos de presión a quienes les corresponde
dar el primer paso, ya que se han abrogado el derecho de representación de los
intereses colectivos. De lo contrario, la ciudadanía accionará para transformar
esas debilidades estructurales en fortalezas. Estos vicios no son exclusivos ni
creación de la República Dominicana, se repite en todos los modelos formales de
democracias.
Los efectos
perversos de las relaciones clientelares, junto a la despolitización social
tienen que ser enfrentados con acciones concretas para contrarrestar sus
efectos. La responsabilidad fundamental les corresponde al liderazgo político y
al liderazgo social, propiciando un nuevo orden institucional sustentado en un
pacto social alternativo, apoyados en la cultura cívica transformadora,
dialogante, propositiva y progresista.
Politizar
la ciudadanía ciudadanizando la política debe ser la estrategia para
neutralizar y superar las prácticas clientelares, el presidencialismo ancestral y
humillante. Es un gran reto, pero vale la pena asumirlo. Ignorar el problema no
es la salida. Hay que enfrentarlo o de lo contrario el Estado y la sociedad se
enfrentan a situaciones de extremo riesgo toda vez que la laxitud de los
controles partidarios y electorales permita la entrada de recursos provenientes
del crimen organizado, incluido el narcotráfico.
Para
contrarrestar esa tendencia pervertida de ver la práctica política y la Política
misma, como una transacción comercial es necesario elevar la capacidad política
de la ciudadanía y fomentar el pensamiento crítico para transformar la
democracia formal en una democracia funcional. La cuestión es clara, para
mejorar la calidad de la democracia lo que se requiere es más y mejor política.
En el caso
dominicano, los niveles de desarrollo político debieran servir para sostener la
institucionalidad que exige una democracia funcional y empujar hacia la
necesaria modernización política requerida para fortalecer el sistema político
dominicano. Se ha avanzado lentamente, pero se avanza, falta sin embargo, un
enorme trecho para superar la desconfianza de la ciudadanía en la clase
política y dar paso a la eficiencia institucionalizada del modelo democrático
adoptado por la sociedad en su dinámica de desarrollo.
El costo de
la democracia debe corresponderse con resultados positivos, obtenidos mediante
un proceso de socialización de las soluciones planteadas a las necesidades de
desarrollo de la sociedad y a las expectativas de la gente. La democracia
dominicana es cara y poco eficiente. Para cambiarla se requiere el concurso de
los actores sociales y políticos que inciden en la vida política.
Reforzar la
capacidad del contrapeso social de la democracia es una cuestión indispensable
para avanzar. El desinterés en las cuestiones políticas no ayuda a construir
ciudadanía ni permite el fortalecimiento e institucionalización de la
democracia. Ciudadanizar la política sería un antídoto a los vicios que afectan
al el sistema político, a la democracia, a los poderes del Estado y a la
sociedad en sentido general.
El
capitalismo depredador y sus modelos excluyentes tienden a colectivizar la
pobreza y a privatizar las riquezas. De ahí que la lucha por mayor equidad,
inclusión, compromiso y justicia social sea una necesidad para mejorar la
calidad de la democracia en el país. Eso pasa por transformar la democracia
formal en una democracia funcional. Es decir, transformar la
democracia liberal burguesa en democracia socialista revolucionaria.
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