El agua es un recurso natural no renovable, vital e insustituible y cuidarla es un imperativo moral.
La creciente crisis y estrés hídrico que padece República Dominicana es el resultado de la implantación de políticas de protección, uso y preservación de los recursos naturales que privilegian la explotación indiscriminada e irresponsable.
El impacto del calentamiento global y el cambio climático es demoledor. El crecimiento poblacional genera tensiones, presiona la demanda de agua para consumo humano y agudiza el estrés
hídrico. Y si a eso se suma, que las acciones humanas irresponsables no son sancionadas
y se impone el comercio a los derechos de la gente a disponer de agua potable,
el panorama se torna perturbador.
De los caudalosos ríos y arroyos que conocimos, solo quedan huecos y algunos hilillos de agua que suplen
precariamente las crecientes necesidades de grandes poblaciones. El problema se vio venir, pero pocos accionaron para prevenir su perturbador impacto. Hoy héroes y villanos sufren las consecuencias de la indiferencia de unos y la complicidad de muchos.
La dramática realidad
se agudiza con la sequía recurrente, la creciente deforestación, el secuestro
de los acuíferos, la contaminación de las aguas y la extracción de agregado de
los ríos. Ciertamente es un problema grave en todo el mundo, pero en nuestro
país, los efectos son demoledores.
Visto el dramático impacto de la
escasez de agua, las pérdidas que provoca y los conflictos que genera, queda el
sabor amargo y la carga de conciencia por no haber actuado con prudencia y
responsabilidad ante las evidencias de la crisis que se veía venir.
Autoridades alejadas de
las necesidades de la gente y sus comunidades, políticas poco efectivas, el crecimiento
poblacional y la voracidad de empresas multinacionales y nacionales por sacar
ventajas de los recursos naturales, dejan la desolación que se observa.
Revertir la situación,
exige mucho más que discursos y promesas. Exige acciones concretas; ante todo, compromiso, articulación,
recursos, sanciones, educación, orientación y formación. Las políticas medioambientales
y de protección de recursos naturales deben contemplar la participación de las
comunidades y la protección de las cuencas y microcuencas.
La crisis del agua, especialmente de agua potable, es empujada
por la estructura productiva del capitalismo salvaje y las políticas
neoliberales que colocan el precio de los recursos naturales por encima de las
necesidades de la gente. Mercantiliza, privatiza y pone precio a un recurso,
cuyo acceso es un derecho humano. Es tiempo poner de orden en el sector agua para
detener el acelerado proceso de desertificación que amenaza a gran parte del territorio nacional.
De ahí que las acciones
emprendidas en ese ámbito tienen que basarse en intervenciones integrales y
articuladas. Los países tienen que proteger los recursos naturales,
especialmente el agua. No es gritar en tiempos de sequía, donde los mercaderes
sacan grandes negocios, sino accionar para aprovechar el recurso, garantizar el
derecho del pueblo a recibir agua potable sin poner en riesgo a las futuras
generaciones.
Ante el abrumador y perturbador cuadro que presenciamos, toca revisar las políticas medioambientales y de protección de los recursos naturales para trabajar articuladamente y en coordinación con los grandes, pequeños y medianos productores para incorporarlos a la protección del medio ambiente y los recursos naturales.
¿De qué sirven las
inversiones que hacen tutumpotes en comunidades rurales si no protegen la flora
y la fauna para proteger los acuíferos y evitar la contaminación de las aguas y
los suelos? La acción debe ser integral, articulada
y organizada y fundamentada en los mandatos normativos instituidos en la
Constitución de la República, la Estrategia Nacional de Desarrollo y la Ley de
Medio Ambiente y Recursos Naturales, entre otras.
Las instituciones
responsables de la gestión y control de agua en el país deben trabajar
conjuntamente para hacer valer la normativa y diseñar políticas integrales y
articuladas que contribuyan a mitigar el impacto de los períodos de sequía,
estableciendo controles estrictos en el uso y explotación del agua.
Al margen de los usos,
hay que trabajar en la creación de una cultura del agua que incluya campañas de
formación y orientación sobre este importante e insustituible recurso.
Introducir en el currículo educativo contenidos y actividades que promuevan la
preservación de los recursos naturales, especialmente el agua.
Mucha gente que
invierte fortunas en las montañas no tiene en cuenta la importancia del agua
para garantizar la sostenibilidad de sus inversiones. Con estos grupos, hay que
trabajar en la orientación y sensibilización para que aprendan a valorar y respetar
el derecho de la gente a disponer de agua potable. ¿De dónde sacaran las
aguas para regar plantaciones y alimentar animales?
Hay que estar pendiente
a las pretensiones de los sectores que aspiran e impulsan acciones de
privatización de las aguas. Mucho se habla de la reforma y modernización del sector
agua, pero los resultados de esos esfuerzos quedan como rebuzno de burros en
sabana.
La mercantilización, escasez
y contaminación del agua es un espoleo constante. Los precios del agua en los
centros urbanos están marcados por la especulación. Los controles de precios y
de calidad son escasos. Ya está mercantilizada y su costo se incrementa
continuamente.
Hay que replantear la
relación de la gente con su medio. De continuar la explotación irresponsable e
indiscriminada del recurso agua, es un incentivo a conflictos sociales. Nadie
está dispuesto a morir de sed, pero pocos hacen conciencia de la necesidad de
proteger las montañas productoras de agua y a hacer un uso responsable del
preciado líquido.
Hay que revisar las
políticas medioambientales y de protección de los recursos naturales, aplicar
drásticamente la normativa vigente e imponer las sanciones y controles
instituidos. La impunidad no puede anidar en los breñales de la institucionalidad
ni perecer ahorcada entre los bejucos espinosos del populismo ambiental.
Reforestar en las
montañas debe ser una actividad sistemática permanente. Esa acción complementa
la regeneración espontánea y contribuye a restablecer la cubierta boscosa. Evitar
la deforestación, a toda costa, es una tarea indispensable. Quienes cometan
delitos o atentados que alteren los ecosistemas, pongan en riesgo los recursos
naturales o contaminen el medio ambiente deben recibir castigos ejemplares.
La gente tiene que
producir para garantizar la seguridad alimentaria, pero debe aprender a
preservar los recursos naturales, especialmente el agua y el suelo. Cambiar la
matriz productiva, controlando la siembra de vampiros vegetales, priorizando el
cuidado de las especies de flora nativa.
Incentivar y apoyar la
tecnificación de la agropecuaria para eficientizar la cantidad de
agua dedicada al riego. Tecnificar ese sector es fundamental y prioritario. El
siglo XXI, ofrece oportunidades y facilita soluciones, pero la desorganización
y la falta de orientación impiden su aprovechamiento. Hay que crear condiciones
que optimicen el uso del agua.
En definitiva, trabajar
para dejar agua potable, suelos sanos y aire limpio a las próximas
generaciones. Ser indiferente, es un acto de suprema irresponsabilidad que pone
en riesgo la salud de la gente, la paz social y la estabilidad del planeta.
El futuro de la
humanidad está seriamente amenazado por la falta de agua dulce, a pesar de que
gran porcentaje del globo terráqueo es agua. Cuidar las fuentes de agua dulce debe
ser la prioridad del liderazgo nacional. Accionar ahora es una obligación de
las presentes generaciones para garantizar la sostenibilidad.
¡Actuemos ahora!
No hay comentarios:
Publicar un comentario