Por múltiples razones agricultores y comunitarios dominicanos abandonan sus comunidades donde nacieron y se criaron varias generaciones. Hay secciones y parajes donde la presencia humana ya es escasa. Muchos venden sus predios a precios irrisorios a terratenientes que merodean tratando de colocar sus capitales en bienes raíces. Esta práctica empuja la concentración de las riquezas.
Nuestra gente, sana, humilde, trabajadora y soñadora; productora de alimentos, protectora del medio ambiente y los recursos naturales migra a los centros urbanos, espoleada por crisis recurrente, falta de apoyos y de oportunidades. La gente joven es la que más sufre, dado que los tiempos han cambiado su foco de atención. Antes los predios familiares, el jornal, la solidaridad y la cooperación entre comunitarios era la norma, hoy la desconfianza, el interés y la avaricia marcan la pauta.
La gente sale de las comunidades rurales buscando oportunidades para realizar sus sueños. Cambian sus formas tradicionales de convivencia por el aislamiento y el individualismo citadino. Atrás quedan las tertulias de prima noche en casa de vecinos, los convites, las zafras cafetaleras, el trabajo colectivo y las amistades de infancia. Roto esos vínculos, nuevos retos desafían a quienes osan enfrentar la realidad esperanzados en alcanzar ideales de progreso, tanto material como ascenso social.
La ineficiencia de las políticas agropecuarias, falta de apoyo financiero y asesoría técnica, junto a los altos costos de insumos e implementos agrícolas, sumado a fallas en la comercialización de la producción, desmotivan y mucha gente vende o abandona sus predios. Que las cosas cambien en el campo dominicano exige que las autoridades tomen conciencia de la importancia estratégica de ese espacio para garantizar cohesión social y la seguridad alimentaria.
Estratégicamente, el país debe priorizar e intensificar las intervenciones en el campo para evitar que los espacios que dejan los dominicanos sean ocupados por nacionales haitianos. Ya hay lugares donde escuelas abandonadas son utilizadas como vivienda y otras como depósitos. Eso es altamente preocupante y reclama invenciones urgentes.
Las estrategias de volver al campo son enunciados que entusiasmas y venden, pero las privaciones y la rudeza de la vida en esas zonas deben ser compensadas y apoyadas. Hay que volver al campo, pero volver de verdad. Hay que llevar soluciones concretas, no promesas ni vender sueños a gente que ha vivido desvelada esperando apoyos de entidades que prometen, pero no cumplen. Ir con apoyos reales, asesoría técnica permanente, infraestructura y recursos.
En comunidades donde las escuelas se cierran, las redes de apoyo fallan, la gente joven emigra, la mano de obra escasea y es costosa, generar esperanzas es difícil. ¿Cómo convencer a gente que ha padecido pobreza, exclusión y discriminación sin suplir sus necesidades básicas o crear infraestructura que le permita desarrollarse? Evidentemente, que superar esos escollos exige políticas públicas integrales que prioricen y valoren el campo y su gente.
Producir alimentos cuesta y exige que las políticas agropecuarias lleguen a las comunidades rurales donde están los pequeños productores. Muchos son los discursos y promesas que se escuchan, pero entender el campo y su dinámica es cosa de quienes se han criado allí o han estudiado a fondo las necesidades de las comunidades rurales. La demagogia recurrente que impera en politiqueros profesionales siembra desesperanzas y generan tensiones.
Organizar el campo, fortalecer el capital social, crear oportunidades e impulsar políticas públicas integrales que atraigan a la gente y generen en esperanzas es tarea del liderazgo nacional. No actuar ahora, es propiciar la creación de condiciones que acentúan los males que afectan a los campos ocoeños y a las personas que viven allí.
Diversificar la producción, organizar a la gente en asociaciones, cooperativas o consejos de desarrollo comunitarios, junto al establecimiento de políticas de comercialización y la activación de cadenas de distribución pueden servir de línea de base para estructurar los planes de desarrollo que se requieren en comunidades rurales de San José de Ocoa y del país.
Políticamente, los gobiernos locales deben hacer su parte. Actualmente, la acción de esas entidades se queda en los centros urbanos y los esfuerzos en secciones y parajes son tímidos y algunas veces inexistentes. A pesar de que existen planes de desarrollo municipal, más o menos estructuradas, las comunidades rurales no cuentan. Las políticas municipales deben ser integrales.
Urge profundizar los esfuerzos por dotar de energía eléctrica, mejorar los caminos y carreteras, crear policlínicos o unidades de atención primaria y habilitar las escuelas para que formen integralmente a la gente. Es imperativo que se establezcan espacios para la comercialización de productos para evitar el agiotismo de los intermediarios y garantizar mercados para lo que se produce.
¡Estamos a tiempo!
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