Ese espacio, único en el área, fue aprovechado por unos excursionistas para
montar su campamento de descanso, luego de larga caminata por caminos
serpenteante y angostos bordeando la montaña. Prepararon espacio dentro y fuera
del rancho para instalar carpas y pasar allí una noche disfrutando de la
tranquilidad de la noche, el brillo de las estrellas y el aire puro del lugar.
Luego de acondicionar el lugar, respetando el entorno, proceden a colocar
las tiendas en circulo, rodeando la vetusta choza como forma de amortiguar la
brisa. Al centro armaron el fogón para preparar alimentos, hacer té, colar
café, hervir agua y calentarse. El escenario estaba listo para pasar una noche
de aventura.
El trajín del viaje invitaba al descanso, pero el estómago pedía alimentos
calientes. Legalio, el coordinador de la expedición dispuso habilitar un fogón,
reunir víveres y buscar agua para preparar una suculenta cena. Yautía, cepa de
apio, ñame, papas, batatas y algunos plátanos maduros fueron pelados y echado a
hervir.
Tantos víveres en la olla, parecía un sancocho, solo faltaba carnes y
sazones. El equipo encargado de preparar la cena escogió sardinas para
acompañar los víveres. Todo un manjar en medio de la imponente montaña.
Cenaron entre chistes y relatos de vivencias en escenarios semejantes. Se
pasó balance al día que concluía y se planificó la jornada siguiente. Algunos
cantaron, otros hicieron décimas y no pocos sacaron su parte poética.
Cansados; hombres y mujeres, los excursionistas cayeron rendidos en brazos
de Morfeo. Tan profundamente dormían que no se percataron que en la zona había
animales, especialmente perros salvajes, conejos y cerdos cimarrones que
atraídos por el olor a comida y amparada en la tranquilidad de la noche podían
acercarse.
Bien entrada la madrugada, cuando los excursionistas dormían profundamente
aparece una manada de perros salvajes en busca de alimentos. Merodeaban el
entorno y al hacerlo, gruñían amenazante. Era el preludio de un ataque
inminente.
De pronto, y como de la nada, surge un gigante gato barcino que pernoctaba
en la choza. Asustado por el ruido y olor de la jauría, pero dispuesto a
defender su territorio, crispó los pelos de lomo, alzó la cola lo más que pudo
y se levantó, para simular mayor tamaño.
Confundidos y soñolientos, encienden sus linternas e inician la búsqueda
del origen del sonido. Al no encontrar nada, dado que los animales se retiraron
tras escuchar las voces de hombres y mujeres. Las mujeres, acampaban en la
búsqueda, pero no lograr ver nada.
Cansados de buscar en la oscuridad de la madrugada, con el canto lejano de
los gallos, deciden reorganizar los trastos antes de volver a sus camas. Estaban
convencidos de que forasteros habían intentado robar sus pertenencias, nunca
pensaron que canes y un felino podían generar tanto alboroto.
El gato, que se había protegido sobre una vieja rinconera para evitar ser
agredido por los perros salvaje, bajó sigilosamente y se acercó al calor que
desprendían las brazas y tizones de la fogata moribunda.
Para evitar nuevas sorpresas, los excursionistas montaron guardia; uno por
cada dos horas y avivaron las llamas del fuego soplando con un trozo de cartón.
No aparecieron los perros, el gato vigía volvió a su rinconera y se dispuso a
dormir. Tenía toda la noche despierto, con los nervios alterado porque percibía
el olor de los perros que se acercaban.
El tiempo pasó, la noche fue muriendo y el día empezó a nacer. El gato, tan
pronto como se hizo claro salió de las rocas cercanas a la hoguera, y volvió a
su zona de confort en la vieja rinconera. Desde allí podía ver los movimientos
de los excursionistas, que ya en pie, se disponían a preparar café y chocolate
con jengibre para el desayuno.
Unos calentaron algunos víveres que habían sobrado de la noche anterior,
otros prefirieron tomar chocolate con pan. Concluido el desayuno, se
dispusieron a partir. La meta era llegar al pico más alto de la Isla, donde la
temperatura desciende a cero grados.
Antes de abandonar el lugar, el responsable de la excursión, jefes de los 30 excursionistas, ordenó apagar el fuego y enterrar las brasas. Allí quedó el gato, la enramada y las cáscaras perdidos en medio de la nada. Tras las vivencias de la primera noche en la montaña, los excursionistas, tendrán otra noche para otra divertida aventura.
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