Sonia Lluberes ha perdido la batalla contra el infausto y fatal cáncer. La muerte física no es la muerte espiritual y menos para personas que como ella sembraron en tierra fértil. Maestra, amiga, consejera y compueblana abnegada.
Cuando una maestra muere, la
congoja y el dolor se apoderan de sus alumnos agradecidos. La pena que hoy
embarga a los miles de estudiantes que pasaron por las manos de Sonia Lluberes
no cabe en un escrito, pero intento expresar aquí, mi agradecimiento a quien
tanto empeño y amor puso en que la juventud ocoeña desarrolle su potencial
intelectual.
Recuerdo mi primer encuentro
con ella, en la Escuela Primaria de Amarradero, hoy José Altagracia Castillo. Sin
ser su alumno, iba por las tardes a mirar como ella asumía su innata vocación
de maestra. Era como una especie de privilegio para mí, porque no permitían que
estudiantes de otros cursos, en mi caso de la tanda matutina, oteara por las
tardes, sin embargo, Sonia, salía daba el consejo y se iba.
Allí nació una amistad que
luego se reforzó en las luchas de los maestros por mejores condiciones de
trabajo y la de los estudiantes de Sabana Larga por tener un Liceo propio. Siempre
comprometida con las mejores causas, Sonia nunca dejó de luchar y quienes
fuimos sus alumnos aprendimos con ella, que lo que vale es la gente, no las cosas.
Luego, ya con una amistad
inquebrantable y cuando entré al bachillerato, tengo el privilegio de tenerla
de maestra en el área de Lengua Española. Aquellas clases eran una fiesta: entre
su afán por enseñarnos a pensar y el nuestro por aprender a conjugar verbos,
distinguir oraciones compuestas, simples y yuxtapuestas pasaban las horas sin
que el cansancio y el calor menguaran el deseo de seguir.
¿Cómo olvidar el análisis de
“Platero y Yó”, “El Español en Santo Domingo” o los cuentos de Juan Bosch “La
Mujer, Dos Pesos de Agua y Don Pío
No teníamos Liceo y ella se
integró a las luchas para conseguirlo. Se instalaron en pequeños locales alquilados.
Eran casitas con techos de zinc y paredes de madera. Pequeñitas e incómoda pero
su vocación de maestra mantenía vivo el espíritu de progreso. Ella era como el
junco “que se dobla, pero siempre sigue en pie”.
Allí lidiaban docentes y
estudiantes con el sofocante calor, la incomodidad y la rebeldía de los
alumnos, entre los que me incluyo. Así fue hasta que organizamos las luchas
callejeras para reclamar la construcción de un local que alojara el Liceo. Salimos
de las casitas para habilitar; primero el Centro Comunal y luego un local abandonado
que sería un Centro Médico. Esas luchas parieron el local donde hoy se hospeda
el Liceo Ángel Emilio Casado.
Al fragor de la lucha y con
algunas contradicciones por una huelga que organizó la Asociación Dominicana de
Profesores, a finales de los 80s, fue a mi casa conjuntamente con los profesores
Bartolo José Soto y Salvador De Jesús, directivos del glorioso gremio
magisterial que se batía con el balaguerato recauchado.
Allí vi a una mujer de
condiciones indoblegable mientras discutíamos formas de que los estudiantes se
integraran a la lucha de los profesores. Nosotros habíamos decidido dar clases,
con los estudiantes más adelantados, bajo el alegato de que nunca se consultó.
La maestra dijo en ese encuentro algo que no olvidé nunca: “esta es una
lucha por ustedes y debe hacerse con la participación de ustedes”.
Siempre dispuesta a
participar en cuantas acciones se organizaran para reclamar derechos y exigir
justicia. Motivando siempre a sus pupilos a imponerse a las dificultades y buscar
fuerzas en la educación. Maestra de tiempo completo. Aguerrida, exigente,
valiente y comprometida con la transformación de su pueblo y del país. Quienes
la tuvimos de maestra, amiga y compañera de trabajo sabemos lo que ella
significaba en un equipo.
La recuerdo entre el humo de
las bombas lacrimógenas cuando los maestros fueron desalojados de la iglesia
católica que mantenían ocupada. Herida, sudorosa y aturdida por los gases,
buscaba a sus compañeros y preguntaba por sus alumnos. ¿Cómo olvidar su coraje,
solidaridad, valentía y compromiso con la causa?
¡Caray maestra! Cuanto
dolor al saber la noticia de que se nos ha ido una líder de su temple, a un ser humano de sus
cualidades, a una maestra de su talla y a una ciudadana de su nivel. Murió como
vivió: trabajando, luchado y educando.
Sus alumnos nos quedamos con
su ejemplo y sus enseñanzas que con tanto amor nos ofreció. Como docente usted
será siempre un referente de autosuperación, capacidad, humildad, solidaridad,
amor, comprensión y compromiso.
San José de Ocoa ha perdido
a una gran mujer, una trabajadora incansable y una madre abnegada.
¡Solidaridad con su familia!
¡Hasta siempre querida Sonia!
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