martes, 30 de septiembre de 2014

GESTIÓN PÚBLICA Y MANIPULACIÓN POLÍTICA.

¡Servir es una vocación; servir bien es un deber del servidor  público!

La gestión pública es y debe ser un eje institucionalizado, profesionalizado, especializado, esencial, transparente y eficiente. Si se quiere apuntalar las políticas que  se ejecutan desde Estado en cualquiera de sus niveles de gobierno, entonces hay que apostar a funcionariado pública comprometido éticamente con las funciones que desempeña. 

Esto implica, entre otras cosas, superar una serie de prácticas distorsionadas que se asemejan más a un voluntarismo personalista que al cumplimiento de las responsabilidades de un funcionario público en una institución estatal.

Es frecuente observar como funcionarios y gerentes públicos utilizan las funciones que desempeñan en una ente público para promover aspiraciones ulteriores, sin que ningún organismo de control ni fiscalización. Personalizan tanto la gestión que pareciera un voluntariado y no el desempeño de una función pública para la que se le paga un salario a nombre del erario.

Esas prácticas pervierten y distorsionan la esencia de la institucionalidad democrática y colocan al Estado y a sus instituciones en la senda del clientelismo, basado en el aprovechamiento de los cargos con fines particulares, violando el artículo 146 de la Constitución de la República. No es una práctica nueva, lo nuevo pudiera ser, que se institucionalice en pleno Siglo XXI.

Basta echar una mirada a las obras que se realizan, tanto en el ámbito municipal como en el provincial para “descubrir” la bondad, solidaridad y vocación de servicio de muchos funcionarios, ya sean electos o designados. Esa lógica personalista obedece a tiempos superados y no a la sociedad de la información y el conocimiento.

Es el culto a la personalidad expresado en acciones que quebrantan la normativa que rige la administración y la función pública. Utilizar fondos públicos para comprar voluntades y manipular conciencias, habla muy mal de cualquier funcionario, máxime si se ha comprobado que usa el cargo para promover candidaturas a otras posiciones.

¿Cómo superarlo?

Superar esta vieja y perversa práctica de gestionar la cosa pública requerirá seguramente, más que sanciones ejemplarizadoras, una alta dosis de comprensión del rol del funcionariado público. Se requiere que quienes tienen y asumen funciones públicas entiendan que deben servirle al pueblo y no a intereses ajenos a la esencia de sus funciones.

Aplicar los mecanismos de control establecido puede ser un buen paso. Hay formas y mecanismos institucionales para controlar la gestión pública pero la debilidad institucional y el clientelismo se asocian para conspirar contra la eficiencia de esos sistemas.

Es tiempo de que la clase política piense en el altísimo compromiso que se asume cuando se acepta servir desde un puesto público. Adecentar e institucionalizar la democracia dominicana pasa por el cedazo político, para que solo pasen, quienes dan muestra de compromiso ético, sustentando en valores morales y cívicos probados.

Ese es el mejor antídoto para contrarrestar, no solo ese personalismo enfermizo o endiosamiento que deja ver gran parte del funcionariado, sino también contra los manejos indebidos de los fondos públicos y las “indelicadezas” practicadas en la gestión pública.

La democracia dominicana necesita más y mejores gerentes pero sobre todo una clase política que rinda culto a la ética, el compromiso y al cumplimiento de las normas instituida. Avanzar en esa dirección implica por tanto trabajar en la elevación de la conciencia colectiva para rechace las manipulaciones y denuncien las prácticas reñidas con los aspectos antes mencionados.

La gestión pública es fundamental para que las políticas públicas sean eficientes, eficaces y transparentes. Profesionalizarla, institucionalizarla y dotarla de las fortalezas necesarias es parte de un esfuerzo inconcluso que habrá que reforzar para transformar el formalismo democrático en una democracia funcional.

El sistema político dominicano ha ido avanzando, sin superar una serie de prácticas que en poco ayudan a la institucionalidad. Cabe citar el culto a la personalidad, el caudillismo, el caciquismo y el endiosamiento o predestinación de quienes se sienten imprescindibles.

Son esos vicios y prácticas que ubican la cuestión pública dominicana en un estadio que no se corresponde con las expectativas del pueblo dominicano; y se expresa en el debilitamiento, no sólo de la institucionalidad política, sino también en la calidad de la gestión pública.

Para transformar la institucionalidad pública y evitar manipulaciones y distorsiones no basta con dotarla de un marco normativo o de unos sistemas rígidos de gestión. Es necesario ante todo, trabajar la parte blanda del sistema, entiéndase la gente que lo opera y hace posible el funcionamiento de sistemas, subsistemas y procesos. Ellos y ellas hacen las instituciones y definen su quehacer cotidiano. Por tanto, pueden transformarlo si se le crean las condiciones para hacerlo.

No todo está perdido, pervertido o corrompido; mientras hay quienes se empeñan en pervertir las prácticas gerenciales, hay otros que se afanan en trazar las pautas con su ejemplo y compromiso. En estos últimos  y la actitud que asuman frente a las acciones del resto, está la esperanza para superar el atraso y los vicios que debilitan la institucionalidad democrática en el país.